domingo, 10 de marzo de 2013

La mayor coleccionista de arte de América Latina


De castas y marfiles
Mi acervo irá a museos
Lydia Sada, la mayor coleccionista de arte en AL
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Nacimiento de marfil que actualmente se expone en el Museo de Historia MexicanaFoto Cortesía del MHM
Sanjuana Martínez
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 3 de marzo de 2013, p. 2
Los amplios pasillos están cubiertos de alfombras, en las paredes hay una gran cantidad de obras de arte y tapices; al centro un patio interior de inspiración china lleno de plantas y orquídeas, una sala de abanicos y una gran estancia donde Lydia Sada de González está sentada frente a un espectacular biombo oriental.
Es la coleccionista de arte más importante de América Latina. Usa un vestido corto azul rey. A sus 96 años luce una espléndida melena plateada y un mechón gris. Lleva un collar de perlas con colgante de oro cubierto de piedras preciosas y aretes de perlas cultivadas. Esboza una tímida sonrisa a modo de bienvenida.
En su casa de San Pedro Garza García, Nuevo León, los espacios libres no existen. Los vacíos los fue llenando con objetos de arte durante 80 años de coleccionismo: muebles antiguos, porcelanas, pinturas, piezas arqueológicas, cristal, orfebrería, textiles, esculturas novo hispanas, retablos religiosos, hornacinas, grabados, marfiles, óleos, lámparas antiguas, relojes, mesas y sillas estilo Luis XV...
Por estas salas transitan, como en cualquier museo, el arte barroco, gótico, renacentista, clasicista, sacro, rococó... Pero, sobre todo, una parte esencial de la historia universal del arte, un importante patrimonio cultural de México: la pintura de castas de la Nueva España, síntesis de la sociedad novohispana y europea; descripción de mestizaje, vida cotidiana e ideas sociales del último siglo del virreinato.
La gran coleccionista del género de castas sabe que aún hay muchas preguntas sin resolver, enigmas por desvelar: ¿Cuántas castas había?, ¿15 o 12?, ¿la representación de los indios bárbaros es la correcta?, ¿los principios de la Ilustración sobre el orden y el bien público son importantes?, ¿y qué hay de las doctrinas económicas y políticas de la Corona española, de las ideas y los colores mestizos del siglo XVIII?
En las castas aparece la vida cotidiana; un hombre y una mujer de distinto origen en series completas de 16 cuadros. Su colección es un tesoro expuesto en museos alrededor del mundo; la ocasión más reciente cedida en comodato por un año al Museo de Historia Mexicana de Monterrey.
Todo en su casa es singular. Los marfiles tienen un lugar especial, un rincón, varias vitrinas. Son piezas únicas representativas del arte desarrollado en las provincias ultramarinas orientales de España y Portugal, desde el siglo XVI al XIX. Un legado único en América Latina y el mundo.
Pareciera que doña Lydia hubiera hablado con los sangleyes, los escultores chinos que realizaban las tallas religiosas en una sola pieza de marfil, tallas pequeñas del budismo y el islam. Obras que viajaron en la Nao de China a México, donde eran usadas por los españoles para la evangelización. Hace unos meses el Museo de Historia Mexicana de Monterrey abrió la sala Marfil, con 200 piezas de su colección, una sala similar a la de su casa con nueve vitrinas con arcángeles, cristos, santos y hasta un oratorio.
Cientos de piezas que ella fue buscando desde su juventud en los más recónditos lugares del mundo. China, India, Japón, África, Grecia, Roma, España, Inglaterra, Filipinas e Indonesia. Fue una gran viajera hasta hace algunos años, cuando el peso de la edad se lo impidió. Pero nunca ha dejado de buscar, comprar, coleccionar y por supuesto compartir con los demás. Desde el Metropolitan Museum of Art en Nueva York, hasta el Colegio de San Ildefonso en el Distrito Federal.
–¿Qué va a pasar con su gran legado de arte cuando usted muera?, –se le pregunta en entrevista con La Jornada.
Sube la mirada al infinito y encoge sus hombros en señal de incógnita. Contesta con voz pausada.
–Pues no hay dónde poner todo. Esa es la dificultad. No hay dónde, ni aunque no muera... ¡Dígame un lugar, uno!...
–Puede haber un museo mexicano interesado.
–Todos, tal vez. No sé.
–¿No sabe qué va a pasar con sus colecciones?
–Claro que sé. Todo va ir a dar a los museos. Se va a dar a los museos. No quiero que ninguna pieza quede en manos particulares. Mi legado, ya sea importante o no, será del pueblo, sólo soy guardaespaldas temporal.
–¿Y su hijo Tomás?
–Pero mi hijo no quiere que ni le platique de eso. No tiene casa donde ponerla. ¿Dónde pone todo?
–¿Y usted dónde la guarda?
–La tenía hecha bola. No tenía lugar especial. Ningún espacio adecuado. Están hasta en las paredes de mis casas.
–¿La colección de marfiles que está en el Museo de Historia Mexicana?
–La entregué en comodato para no tener esa preocupación. ¿Qué hago con ella cuando me muera? Y así, ya hice con ella lo que tenía que hacer.
–¿La dejó en comodato por cinco años?
–Por decir algo... Igual pueden ser seis o cuatro.
–¿La colección de marfiles dónde la inició?
–Empezó en Londres. En las grandes ciudades de Europa es donde tenían los marfiles. La gente pobre no tiene marfiles.
–Fueron 80 años de búsqueda...
–Sí, con pura gente especializada.
–¿Y cuál es la pieza que más le gusta?
–No tengo ninguna preferencia.
–¿Podría explicar cuáles son las más singulares y por qué?
–Es una pregunta difícil de contestar, pero en fin, puede ser San Francisco o Virgen del Rosario, que es una pieza hermosa. En fin, toda la colección es importante.
–¿Qué le preocupa de su legado artístico?
–Que en México no hay ninguna predisposición, ninguna, para lo que pueda pasar. Nada. No hay cómo decirle al Estado: fíjese que cuando se muera esta señora, todo va a ser del pueblo. ¿Pero cómo va a pasar a ser del pueblo?
–¿A usted le gustaría ceder su patrimonio cultural al pueblo?
–Sí, para que el público la vea.
Foto
Lydia Sada de González durante la entrevistaFoto Sanjuana Martínez
Lamentablemente, doña Lydia dice que en México no existen políticas culturales que garanticen la conservación y preservación de este tipo de patrimonio, a diferencia de países como Francia y Canadá, que protegen las colecciones privadas.
Como la realeza
Lydia Sada forma parte de la aristocracia regiomontana. Hija del empresario Roberto G. Sada, fundador de Vitro, y Mercedes Treviño, estudio filosofía y letras en el Tecnológico de Monterrey. Su gusto por las más diversas manifestaciones del arte la llevaron a crear un trabajo impecable de diseño, coordinación, museografía y curaduría en diversos museos e instituciones culturales.
Es autora de Festividades, mesas y altares y ha publicado Las castas mexicanasMarfiles de las provincias ultramarinas orientales de España y PortugalLa magia del barroco en Apaseo (su casa de Guanajuato) en colaboración con Efraín Castro y Espejos distantes, los rostros mexicanos del siglo XVIII, con Elías Trabulse, Alejandro de Antuñano Maurer y Jacques Lafaye.
Entre los cientos de exposiciones que han albergado sus piezas, se encuentra la más diversa variedad. México en el arte: arte del virreinato y siglo XIX, Arcones, arquetas, bargueños, cajas cerámica, castas o mestizaje, Cerámica de la dinastía Ch’ing, Arte sacro: monjas coronadas, Nacimientos, Porcelanas y textiles de la dinastía Ch’ing, Altar de Dolores, Los palacios de la Nueva España, El camino del juego: una visión del juguete en México, Los galeones de plata, Maravillas del arte virreinal de antiguas colecciones, Vitrina Nao de China, El arte Namban en el México virreinal: un eslabón con el arte japonés, Arcángeles, Vida cotidiana en la pintura novohispana, Pintura mexicana y española, siglos XVI al XVIII, Cones y promesas, 500 años de arte ofrenda, Águila y Sol, México: esplendores de treinta siglos...
Doña Lydia escucha algunas de las grandes exposiciones que han albergado sus piezas y no muestra ninguna admiración o expresión particular de entusiasmo. Habla poco, aunque su lucidez es extraordinaria. Desde hace décadas no ha dado una entrevista. De hecho, no hay registro hemerográfico de alguna reciente.
–¿Cuándo empezó a coleccionar arte?
–No me acuerdo, para qué le voy a inventar cosas. Supongo que siempre.
–¿Cómo nació su maravilloso espíritu coleccionista?
–Fue sin intención alguna de acumular objetos de arte. Fui reuniendo lo que me gustó sin pensar que iba a acumular una gran cantidad de ellos y que esto me daría mucha felicidad.
–¿Su vocación por el arte fue temprana?
–Sí, el arte abarca mucho. Muchas piezas son arte. A mí siempre me gustó, desde niña.
–Esta casa está llena de arte... parece un museo.
–Está arreglada como siempre. No tiene nada especial.
–A mí me parece un palacio, como los de Europa...
(Ríe con discreción asintiendo con la cabeza)
–¿Qué tiene además de todas estas riquezas expuestas?
–Lo que hay es lo que ve.
–¿Y dónde están todas las series de la extraordinaria colección de Castas?
–Las tengo expuestas en museos de Monterrey. Ya no caben en mi casa. Nadie las quiere, nomás los museos. Pero mis hijos no. Ellos siempre me dicen:Nosotros no queremos nada que no quepa.
–¿Me puede hablar de su colección sobre las castas?
–Significa mucho para mi porque es una época única en la historia del arte mexicano.
–¿En la pintura, hay un gusto especial de usted por el siglo XVIII?
–Sí, el mejor es Miguel Cabrera, es el más conocido.
–¿Y qué opina de su colección del XIX?
–Que no figuró tanto como la del XVIII.
–Coleccionar también significa ordenar, organizar y clasificar...
–Exactamente. Todo está contado, hay un recuento.
–¿Y coleccionar qué significa para usted?
–No significa nada, porque ni siquiera sabía lo que era ser coleccionista. Ni me importaba. Yo seguía comprando. Si me gustaba y no. No me gustaba la idea de andar juntando cosas para que fueran importantes.
–Sus colecciones son las más importantes de México y de América Latina...
–Tal vez. En su tiempo sí. No sé ahora.
–Actualmente usted es señalada como la coleccionista más importante de América Latina.
–No sé por qué. Realmente no vale la pena lo que colecciono. De casualidad lo fui juntando sin darme cuenta. Pero se necesita tener vocación, eso sí.
–Pintura, escultura, tapices, marfiles, retablos, cristal, porcelana... ¿qué le apasiona más?
–Todo. Al ir posesionándome de cosas me fui encariñando con todo. No podría decir qué me gusta más. Yo coleccionaba todo.
–Hay muchos tapices, muy variados y de distintas procedencias...
–Me gustan para llenar paredes. Son para alegrar lugares tristes. Para eso eran, los ponían donde originalmente debían de ir.
–Ha sido usted trotamundos...
–Así como he viajado por el mundo entero, no he encontrado nada que valga la pena fuera de las grandes ciudades, fuera de Londres, Ámsterdam, Roma... Sólo puedo decirle que salían sobrando los viajes y que las buenas colecciones siempre sabíamos dónde estaban y cuáles eran.
–¿La India parece ser su país predilecto...
–Me gusta todo lo que esté abandonado. Me gusta la India igual que cualquier parte, nomás que la gente me inventa cosas. Las antigüedades abandonadas son las que me gustan.
–¿Y su libro sobre la mesa mexicana?
–Lo hice en mi juventud. Yo creo que no tenía nada que hacer. Soy culta, aprendí algo, pero ¿cómo se dice cuando uno no es completamente culta? En mi casa había pura gente preparada. Nunca se habló más que de cultura.
Pasión por las orquídeas

Otra de las pasiones de Lydia Sada es la jardinería. Es famosa su pasión por las orquídeas. Sus jardines están llenos de flores. Durante la entrevista acaricia una maceta con dos orquídeas. Se incorpora y las acomoda porque, dice, Ellas tienen su lado. Ahora les hago poco caso. Siempre me han gustado las orquídeas. Son muy difíciles de cultivar. Tenía unas muy raras, pero ahora ya las he regalado. Ya no tengo.
Dice que su fórmula para llegar lúcida a los 96 años es no cometer los excesos que a todos nos gustan: A mí también me gustan los chocolates, pero aquí no me dan, dice riendo, mientras comenta que su día empieza a las 10 de la mañana.
Doña Lydia tuvo cuatro hijos: Lydia, que murió de pequeña; Pablo, quien falleció el año pasado en un accidente de avioneta; Roberto, ingresado hace años en una institución después de haber sido discípulo de Marcial Maciel, fundador de los legionarios de Cristo, y Tomás: Tengo pocos hijos, no tengo de dónde sacar más nietos.
–Usted fue única hija... ¿sufrió machismo?
–Me respetaban porque no había otra mujer (risas). En mi casa no había tal cosa, eso de machismo no existía.
–Su hija se llamaba Lydia como usted...
–Sí, murió pequeña. Mejor que se mueran chiquitas a grandes, porque los recuerdos no son iguales. El recuerdo que puede dejar un hijo adulto es mayor. Pablo murió el año pasado.
–¿Cómo le gustaría ser recordada?
–Por haber cuidado estas valiosas piezas, lo considero un privilegio temporal.

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