Karla Marielli forma parte de las frías estadísticas: 300 mujeres han desaparecido en Nuevo León, según información de la procuraduría general de Justicia del Estado y 9 mil 200 en sólo nueve estados del país, de acuerdo con las cifras del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio. Peor aún, las desapariciones de mujeres se han incrementado en 600% en todo el país, plantea el último informe de la Comisión Nacional de Derecho Humanos.
Ante este sombrío panorama, organizaciones de mujeres consideran que “no hay nada que celebrar en México este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, particularmente porque en cuestión de feminicidios las cifras no mejoran; al contrario, se incrementaron en 71% en 2009, última estadística emitida por el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI) con mil 858 crímenes contra mujeres, 319 de ellas menores de edad. Crímenes cada vez más crueles, primitivos, con un componente de odio e inquina al origen.
“Lo que no quiero es que mi hija sea parte de la otra estadística. Mi corazón me dice que está viva”, dice Karla Lorena Villarreal Villarreal en referencia al censo de feminicidios que en Nuevo León se ha incrementado en 689 por ciento. El año pasado se registraron 211 asesinatos de mujeres y en los últimos dos meses van más de 30.
“La alerta de género no se necesita sólo en Juárez o Nuevo León, sino en todos los estados. Estamos pidiendo una alerta de género nacional, pero el estado no nos hace caso”, dice en entrevista María de la Luz Estrada Mendoza, coordinadora ejecutiva del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio.
“MEJOR YA NO LE MUEVA”
Son las ocho de la mañana. Como cada día, Karla Lorena Villarreal Villarreal –de 33 años– entra en la habitación de su hija a rezar una oración. Sobre la cama hay monos de peluche, sandalias y regalos que le ha comprado durante los últimos 19 meses. Una foto de sus 15 años esta en la pared, otra enmarcada a un lado de la cama. Las paredes están cubiertas de imágenes religiosas: vírgenes, santos, ángeles: “Te pido corte celestial que dónde este mi hija la cuiden, que la cubran de toda maldad. Dios mío, ¿dime qué es lo que quieres de mí?, ¿qué daño hizo mi hija? Castígame a mí Señor. Quítame la vida a cambio de la de ella. Que me lleven a mí, que me secuestren y me torturen, pero tráemela de nuevo”, dice mientras entra en una especie de trance que no incluye reproches, solamente súplicas divinas y jaculatorias.
Vive en la colonia Arboledas de Santa Cruz, en el municipio de Guadalupe, un territorio controlado por Los Zetas. Su casa está llena de altares: a la Virgen de Guadalupe, a los Siete Arcángeles, a la Virgen de la Rosa Mística… todos cubiertos de fotos de su hija Karla Marielli de 16 años, una joven morena con ojos de color, alta y guapa que era la alegría de su casa. Con Biblia en mano hace oración durante el día desde temprano. A las seis de la mañana lo primero que hace al levantarse es ir a la habitación de Karla Marielli para hacer oración, luego enciende las veladoras de los arcángeles y a las seis de la tarde encabeza un rosario con otras madres de desaparecidas: “Sólo confío en Dios, las autoridades se burlan de nosotras”.
Aquel 26 de julio llamó a la una de la tarde: “¿Qué hiciste de comer, mami?”, le dijo por el celular. Le comentó que ya estaba en la parada del autobús para volver a casa, cerca del Instituto Kelly donde estudiaba la preparatoria técnica de Secretaria Ejecutiva. Pasaron las horas. Nunca llegó.
Ella y su esposo esperaron largas horas y aguantaron hasta las 10 de la noche. Angustiados, acudieron a la Procuraduría General de Justicia de Nuevo León para interponer la denuncia. Dice que nunca había tenido novio, aunque sí un pretendiente, hijo de un jefe Zeta, al que ella no aceptaba, un hombre que nunca supo cómo se llamaba y que la rondaba en la escuela. Los ministeriales se burlaron de ellos: “No se preocupen, se fue con el novio. Tienen que esperar 72 horas”.
Después del plazo señalado, los ministeriales tomaron la denuncia de mala gana y le advirtieron: “Usted búsquela, cuando la ubique, nos avisa”. Sorprendida Karla Lorena les dijo: “¿Cómo qué usted búsquela? Cuando la tenga ubicada la voy a sacar de donde esté, no los voy a necesitar”. Durante meses iba con regularidad a la procuraduría para darles pistas del paradero de su hija, hasta que un ministerial le espetó: “Por su seguridad y los suyos, mejor ya no le mueva”.
Al comprobar el desinterés y la absoluta inacción de las autoridades y sus amenazas, inicio su particular búsqueda. Se introdujo en los ambientes de la delincuencia organizada como misionera, predicando la palabra de Dios, ubicando varias casas de seguridad, pero en ninguna encontró a su hija. Contactó con distintos delincuentes que le prometían buscar a su hija. Hablaba durante horas con ellos, intentando que le dieran información de los secuestros, de los feminicidios. Pudo comprobar cómo en ciertas zonas del área metropolitana de Monterrey el narco forma parte del tejido social. Observó a niños, amas de casa, ancianos, sirviendo a una compleja estructura de narcomenudeo y de la industria del secuestro. Arriesgó su vida. Vendió bienes, joyas, todo lo que tenía de valor, para pagar a quienes le prometían encontrarla. Y no encontró ningún rastro, ni una sola pista del paradero de su hija. La estafaron.
Lanzó anuncios en Internet, con los cristianos y católicos. A los ocho meses, un sujeto que se identificó como comandante del Cártel del Golfo le llamó por teléfono diciéndole que Los Zetas tenían secuestrada a Karla Marielli en Arcabuz, Tamaulipas, y que si quería que la rescataran tenía que entregarles un millón de pesos. Ella le pidió que le pusiera al teléfono a su hija y habló durante unos segundos una voz que aparentaba ser femenina, pero era de un hombre. El sujeto con absoluta crueldad le decía que no podía ponerla más al teléfono porque “él estaba al mando” y era quien decidía cómo hacer las cosas. Comprobó que era un nuevo estafador y le dijo que iba pedir por él porque se estaba burlando de su dolor. Nunca más volvió a llamar: “No se quién era, pero desconfío de todas las autoridades. Están coludidas. Se burlan de nosotras”, dice.
Luego buscó a adivinadores, lectores de cartas y brujos que igualmente la estafaron. Le cobraban 5, 10, 20 mil pesos por darle el paradero de su hija a través de las cartas del Tarot, de las hierbas o de cuestiones místicas. Al final confirmó que se trataba de charlatanería. El último embaucador, un iluminado de la Santa Muerte que a su lado tenía una figura del demonio, le prometió que su hija volvería en una semana. El supuesto “brujo” se ponía una capa para convertirse en Karla Marielli y decirle dónde se encontraba: “Decía que esta en el norte, en el sur, que pronto iba a venir”. Luego del supuesto trance, le pedía que le contara que le había dicho su hija que iba a volver en siete días. Al cumplirse el plazo y ver que no era cierto, entró en una profunda depresión que sólo su fe en Dios la hizo volver a la vida, prometiéndole que nunca más acudiría a charlatanes que sin piedad explotaban su dolor y desesperación.
Nunca ha dejado de buscarla. Durante meses acudió al peor de los lugares: el Servicio Médico Forense. Hasta que un encargado del Hospital Universitario le dijo: “Que gusto el suyo de andar viendo muertos que no son suyos”. La muerte es una posibilidad que obviamente no descarta. Cada vez que en las noticias anuncian el hallazgo del cadáver de mujer, algo que últimamente es muy frecuente, acude con la foto de su hija. “Siento que está viva, que la tienen de esclava al servicio de ellos, cocinándoles y lavándoles la ropa”.
Nunca ha tenido una verdadera pista sobre su paradero, aunque cuenta que, hace meses, una conocida vio a su hija en el municipio de Juárez, Nuevo León, otro territorio controlado por Los Zetas: “Me dijeron que iba recién bañada en una Nitro color gris llena de muchachas. Fui y un muchacho que trabaja para ellos me pidió 40 mil pesos, se los entregué y me aseguró que él la había visto, que la tenían “altos mandos” de Los Zetas, pero luego ya nunca más volvió”.
Lo que más la aterra es que sus captores la tengan de esclava sexual o la hayan vendido con fines de explotación sexual. La trata es un fenómeno que tampoco descarta: “¿Qué les estarán haciendo? Sabrá Dios si las embaracen y tengan ahorita familia. Me comentaron de una desaparecida que ya se comunicó con su mamá y que le dijo que estaba bien, que no podía regresar y que ya tenía un niño. Fue todo”.
Karla Lorena llora con desesperación: “Este es un infierno, lleno de dolor y angustia. Mi esposo dice que está viva porque es muy guapa, que no la van a matar. Seguro que todos los desaparecidos están sufriendo, pero las mujeres sufren más porque las usan. En México a nadie le importan las mujeres, nos ven como un objeto que se usa y se tira”.
FEMINICIDIOS-TRATA
Comprometida contra la violencia de género desde hace 15 años, María de la Luz Estrada Mendoza, fundadora y actual coordinadora ejecutiva del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, afirma que la narcoguerra ha invisibilizado e incrementado la violencia contra las mujeres, incluidas las desapariciones: “El crimen organizado tiene muchos rostros, uno de ellos es la trata. Hay un aumento de operación de las redes de trata, están reactivadas en los últimos tres años y hay una inacción de las autoridades a nivel nacional; vamos y vamos a denunciar y no hacen nada, son negligentes y omisas para atender los casos cuando son mujeres”.
Comenta que todos los gobiernos “maquillan” las cifras de feminicidios y desaparecidas por eso no existen estadísticas confiables a nivel oficial, pero los peores casos se centran en el Distrito Federal, Estado de México, Oaxaca, Tamaulipas, Durango, Chihuahua Y Nuevo León: “Hay 3 mil 200 desaparecidas en nueve estados. Sólo en Veracruz han reconocido que existen 6 mil desaparecidas. Los demás estados no quieren dar cifras. Los feminicidios están ligados a las desaparecidas, porque probablemente algunas de ellas ya han sido asesinadas. ¿Qué vamos a celebrar con estas cifras? Mientras las mujeres sigan siendo desaparecidas y asesinadas, no hay nada que celebrar”.
Sólo 11 estados de la República han tipificado el feminicidio, aunque la mayoría de éstos lo ha hecho mal y resulta una trampa porque incluyen cerrojos a su aplicación, como el demostrar que en el homicidio hubo una “relación de poder”, algo que es prácticamente imposible acreditar, ya que se trata de aspectos subjetivos: “Hemos comprobado que cuando se trata de mujeres se potencializa la discriminación e incluso las culpabilizan de su propio asesinato porque ellas rompieron los roles y se pusieron en riesgo. Las culpan de sus propios asesinatos. Los estados se niegan a dar la alerta de género porque se partidiza el problema y piensan que es algo negativo. Lo primero que nos dicen es “aquí no es Juárez”.
Así ha sucedido en Nuevo León, según cuenta Irma Alma Ochoa, directora de Artemisas por la Equidad, en donde se solicitó una declaratoria de alerta de violencia de género, pero el Instituto de las Mujeres vinculado al gobierno priísta de Rodrigo Medina se negó a apoyarla y fue rechazada a pesar de que la violencia avanza principalmente en los municipios de Monterrey, General Escobedo, Guadalupe, Santa Catarina, San Nicolás de la Garza, Apodaca, Benito Juárez, Cadereyta Jiménez, García, Santiago y San Pedro Garza García. “La alerta de género es una acción de emergencia para prevenir la situación que estamos viviendo aquí. Las mujeres siguen muriendo y desapareciendo, así que no hay nada que celebrar este 8 de marzo”.
Los gobiernos del Estado de México, Oaxaca y Guanajuato han reaccionado de igual manera, rechazando la alerta de género. Por lo cual, las organizaciones feministas ya se han amparado contra dichas decisiones, una acción jurídica que les ha dado resultado. En el caso del Estado de México ya fue concedido el amparo. Estrada Mendoza, advierte: “Se les va a caer su teatrito”.
SIN RASTRO DE ELLA
Ana Lucía González de la Garza de 25 años trabajaba en el casino Texas Holdem del centro de Monterrey. Un día conoció a un hombre que le dijo que era soldado y estaba en una misión encubierta en la Cuarta Región Militar, algo sumamente delicado que era “extraoficial”. Al mes se casó con él. Algo que sorprendió a su madre: “Era obvio que se trataba de un muchacho que andaba mal”, dice Carmen.
El 2 de febrero de 2010 fue a buscarla a su casa y ya no la encontró. Desapareció. Allí quedaron todas sus cosas intactas, los uniformes militares, sus pertenencias más personales. Su esposo tampoco fue encontrado: “El tipo nunca la quiso, no la quería, sólo se casó con ella para venderla. Es lo que me imagino”.
El viacrucis que Carmen ha enfrentado para denunciar la desaparición de su hija es similar al de miles de madres mexicanas. Nula atención por parte de las autoridades, desprecio de los organismos de derechos humanos vinculados al Estado e indiferencia de la Procuraduría de Justicia de Nuevo León.
Tan solo en Apodaca, un territorio controlado por Los Zetas, han desaparecido alrededor de 200 mujeres en los últimos años, según datos de las propias madres, que han denunciado la absoluta indefensión en la que se encuentran las jóvenes, que son elegidas en la calle por su apariencia o a través de enganchadores con sus amigas o conocidas. La mayoría proviene de colonias pobres y engrosan las cifras de la trata con fines de explotación sexual.
Carmen está convencida de que su hija desapareció a manos de su propio esposo, alguien que daba muestras de ser celoso y la fue aislando de su familia y sus amistades: “Tal vez la golpeó, se le pasó la mano y la escondió. O quizá la sacó del país para venderla. Llevamos dos años buscándola, dos años sin saber si está viva o está muerta”.
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