domingo, 22 de enero de 2012

En el sur de Nuevo León la crisis alimentaria tiene más de un año

Sequía, hambruna y abandono gubernamental vive la gente 

Reses muertas por la sequía, en el estado de Nuevo León Foto Sanjuana Martínez
Sanjuana Martínez
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 22 de enero de 2012, p. 38

Doctor Arroyo, NL. La estufa de María Cruz Oliva Arzola está hecha de tres llantas apiladas rellenas de adobe. Al lado de la lumbre hay un jarro vacío requemado. El molino de nixtamal lleva varios meses sin usarse. La cocina es de láminas y madera, por donde el frío se cuela. El piso, de tierra. Las vasijas están vacías. No hay maíz, tampoco agua potable, mucho menos frijol. Los animales han muerto, sólo le queda una gallina con pocas plumas que de vez en cuando le da un huevo: Ahorita no tengo nada. Aquí no hubo agua, no nos llovió. Tenemos más de un año así.

Vive en Santa Rita, a 100 kilómetros de este municipio ubicado al sur de Nuevo León, en la sierra Madre Oriental, a mil 700 metros de altura, en medio del desierto, y a 350 kilómetros de Monterrey. No hay una sombra de árbol, todo está cubierto por el terregal blanco y los pozos están secos, anegados o con agua pestilente que la gente se ve obligada a ingerir ante la sequía más severa en esta región de los últimos 50 años.

La escena del pueblo recuerda a El llano en llamas, de Juan Rulfo. Matorrales, lechugilla, nopales, yucas, candelillas, hojasén, cerros pelones, llanos; tierra con grietas y el cielo nítido sin la más mínima sombra de una nube con lluvia. Aquí no crecen ni los zopilotes, aunque hay víboras de cascabel y lagartijas. Las reses famélicas, muertas por la sed y la hambruna, muestran su piel pegada al esqueleto.


María Cruz tiene 66 años, 10 hijos y un montón de nietos. Hoy es un día especial porque ha podido cocinar pan gracias a un kilo de harina y medio litro de leche que le regalaron. Dice que al hambre que cruje la boca del estómago la engañan con galletas de animalitos y tortillas con sal. Hace dos meses comió pollo. La carne no la ha probado en los últimos años: La carne nomás en sueños. Leche no hay. Los animales se nos murieron. ¿Café? ¿De dónde?... El vasito de agua para cenar, y órale a dormir.
               María Cruz Oliva Arzola  Foto: Sanjuana Martínez

Ríe constantemente. Le faltan los dientes frontales. Los surcos de arrugas cruzan su cara. Tiene los ojos amielados y el pelo cano. Lleva una cruz de madera al cuello y usa un viejo delantal que parece nunca quitarse a pesar de la falta de alimentos. Generosamente ofrece un pedazo de pan caliente que mira con ilusión. Hay una vieja mesa de madera y trastos inservibles como un refrigerador antiguo qe le dieron, pero no funcionó. Los frascos están vacíos. No hay sal, ni azúcar, tampoco especies.

Desde los siete años aprendió a tallar la lechuguilla, de donde obtiene el ixtle que después vendía para conseguir dinero y darle de comer a sus hermanos pequeños. No conoce otra forma de vida más que la pobreza. Pobres eran sus abuelos, sus padres, y ahora sus hijos y sus nietos: No voy a engañar a nadie. Esta es mi vida.

Promesas incumplidas

México padece la peor sequía en 70 años. Más de mil municipios sufren los estragos de la falta de lluvia desde hace 16 meses, y 2 millones de personas están afectadas. Los 10 mil millones de pesos destinados por la Federación en un plan de emergencia no han llegado a esta parte de la República.

Hace unas semanas el gobernador Rodrigo Medina estuvo en Doctor Arroyo y dijo que entregaría ayuda a sus habitantes de los 315 millones de pesos enviados al estado para paliar los estragos de la sequía que ha provocado la pérdida de más de 40 mil hectáreas de frijol y maíz y la muerte de 10 mil cabezas de ganado.

A 15 kilómetros de terracería se encuentra Santa Rita. Las casas son de adobe, lámina, cartón y cemento. Las mujeres se empiezan a reunir en la plaza. Protestan por las promesas incumplidas del gobernador priísta Rodrigo Medina y el alcalde panista Jesús Lara Cervantes.
  Cheque de cartón, el dinero nunca llegó. Foto: Sanjuana Martínez

María Concepción Duarte Quiñones muestra un cheque gigante de cartón que hace más de un mes les entregaron para que los políticos se tomaran la foto propagandística electoral, un dinero que nunca llegó: Es el puro cartón, queremos el dinero. Vinieron muchos señores. Para qué prometen si no van a cumplir. Mentirosos. Nos da mucho coraje que cuando andan en las candidaturas nos vienen a buscar, a abrazar y a abrazar, porque quieren el voto, y cuando ya están sentados no se acuerdan de uno. Y va uno a buscarlos y nos dan con la puerta en la cara. No se acuerdan de los campesinos que nos estamos jodiendo de hambre, con perdón de usted.

María Concepción entra en una especie de monólogo mientras las otras mujeres guardan silencio y la escuchan atentas: Los políticos saben que aquí vivimos de puro tallado de la lechuguilla. Nuestros maridos tardan dos días para tallar tres kilos, cada kilo nos lo pagan en 11 o 14.50; el puro kilo de frijol cuesta 25 pesos, el aceite 28, la azúcar por las nubes. El día que comemos frijoles no comemos sopa ni tortillas, como quien dice. Nuestras familias viven de puras cucharas. No hay maíz. El día que muere un animal por la seca nos dan un pedacito de carne.

La reunión de mujeres se va convirtiendo en una especie de romería de tragedias y desgracias. Los campesinos de este lugar sufren todo tipo de carencias. Además de falta de alimentos y agua, carecen de servicio médico. Los doctores se niegan a venir hasta este lugar alejado de todo. No hay medicinas y en las urgencias los ancianos y los niños son los primeros en morir.

       Arcelia Rodríguez y Valente Herández R. Foto: Sanjuana Martínez 
Valente Hernández Rosales, de 67 años, está sentado en una silla con dos perros bañados en tierra debajo de él. Tiene la mirada perdida. No habla. Hace 10 meses trabajando en el monte se le enterraron unas espinas de mezquite en el pie. Dos de sus dedos se le pusieron negros y finalmente se los amputaron: Con la azúcar está encegado completamente. No hay quien lo atienda, dice Arcelia Rodríguez, de 56 años, con cinco hijos. Sus manos y su rostro están tan arrugados como una ciruela pasa.
Recorrer las veredas y los caminos de los ejidos hasta la cabecera municipal cuesta 700 pesos. La gente no tiene dinero para acudir al centro médico. No hay ningún tipo de transporte. Lo único que se ven son burros: La gente se muere. ¿Con qué los movemos? Ahorita no tenemos ni para comer. Mi madre tiene neumonía y no tengo con qué curarla, ni doctor que la vea. No hay ni medicina, dice Audelia Rodríguez Tovar, de 39 años, mientras su hijo de cuatro años bebe un refresco entre sus piernas.

La lucha por la crisis alimentaria está encabezada por las mujeres. La mayoría talla la lechuguilla al igual que sus maridos, pero son ellas las que intentan formas de alimentación en las cocinas como Juana María Lucio Montoya, con tres hijos: Me desespero. A veces digo: ¿hoy qué les voy a dar? Hay días que sólo comemos atole de masa con chile.

Acaba de cruzar los 15 kilómetros de terracería y está cubierta de tierra blanca: La gente está muy pobre. Los animalitos se nos están acabando por la seca. Aquí está uno olvidado, abandonado. El alcalde y el gobernador se esconden. Nunca nos han dado nada, ni una despensa.

Sin agua

Aquí la Conagua no existe. Hay dos aljibes semivacíos. El agua que queda es color oscuro y huele mal. La manera de extraerla es rudimentaria. Dos niñas y un niño en el carro tirado por un burro llenan un tambo a cubetazos extraídos con cuerda. Jenny Huerta tiene 11 años y dice que viene tres veces al día a surtir el líquido: Así la tomamos. Todos los del pueblo bebemos esta agua. No hay más, es la única que nos queda.


Sólo 0.15 por ciento de las casas ubicadas en los 5 mil kilómetros cuadrados de Doctor Arroyo tiene drenaje y agua potable; y únicamente la mitad recibe energía eléctrica. El gobierno estatal y municipal se han negado a invertir en infraestructura. Argumentan que la perforación de pozos es costosa y se limitan a construir techos cuenca para almacenar agua que finalmente resulta contaminada, según señala el regidor Gerardo Javier García Maldonado.


Con 15 años dedicado a la atención en la zona sur del estado, entrega más de 200 despensas cada 15 días. La gente lo sigue, lo abraza, lo besa. Le piden solución a sus múltiples problemas, pero la magnitud de la catástrofe por la sequía es enorme: La gente tiene hambre. El fondo de ayuda no lo están implementando en pozos profundos o bombas para extraer agua. La gente está desesperada. ¿Cómo es posible que saquen agua sucia con un bote? ¿Que tomen esa agua? Por eso hay enfermedades, desnutrición, muerte.
           Gerardo Javier García Maldonado.  Foto: Sanjuana Martínez

Gerardo Javier camina por el desierto, usa botas vaqueras oscuras, cinto piteado, pantalón de mezclilla, sombrero norteño, camisa a cuadros. Nació en esta tierra y se siente desolado al recorrer la zona de desastre y sus consecuencias en la gente que quiere: En uno de los estados más ricos, el gobierno no acepta que hay 2 millones de personas que viven en extrema pobreza y no tienen qué comer. En Nuevo León hay hambruna como en Chihuahua, Zacatecas y Durango, pero lo quieren esconder.

1 comentario:

  1. que vergüenza!! dan malditos políticos, mientras empresarios regios como los de maseca, Cemex, y femsa presumen sus millones y millones de dólares, miles de personas en nuevo león mueren de hambre, ah pero eso si la gente regia se siente muy orgullosos de ellos, que incongruencia , no?

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