EL INCANSABLE CAMINO POR UN CEMENTERIO
Por: Sanjuana Martínez noviembre 5 de 2012
Investigaciones especiales/SinEmbargo.mx
Aspecto de la caravana de madres de migrantes desaparecidos. Fotos: Sanjuana Martínez.
Tras seis años, la Caravana de Madres Centroamericanas en Busca de sus Hijos en México tiene resultados: 67 localizaciones. La caminata continúa. Aún hay 120 mil migrantes sin encontrar. En octubre, estas mujeres reiniciaron la marcha
MONTERREY, NL. Marchan solas en silencio, con la angustia y el desamparo en su mirada. Van arrastrando los pies. Caminan con dignidad. No se dan por vencidas, no desfallecen. La huella del dolor en sus rostros; la lucha incansable en sus manos, la ilusión colgada al cuello en una foto. Ellas buscan a sus hijos desaparecidos. Siguen el rastro de la esperanza, el destello de un suspiro de aliento que las sostenga para continuar.
Han recorrido casi cuatro mil 600 kilómetros en México: 14 estados y 23 paradas estratégicas. Han enfrentando los peligros de internarse en territorios bajo el poder del narco. Y han cuestionado la connivencia entre autoridades migratorias y los cárteles de la droga.
Los migrantes son para policías, funcionarios, militares y criminales un botín de guerra. El resultado: entre 70 y 120 mil migrantes desaparecidos. La Octava Caravana de Madres Centroamericanas en Busca de sus Hijos en México del Movimiento Migrantes Mesoamericano (MMM) es una peregrinación para liberar la esperanza.
Y después de seis años, la lucha de estas mujeres empieza a dar sus frutos: 67 localizaciones de hijos desaparecidos. Felices por las madres que han encontrado a sus hijos y tristes por las que aún los siguen buscando, van bajando una por una de los dos autobuses que las siguen. Casi todas se fueron conociendo en el camino.
Hay mujeres de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua. “Ellas son el testimonio de la verdad”, dice de entrada Martha Sánchez Solís coordinadora del MMM mientras camina a su lado. “Nada nos puede pasar. En los últimos tres meses ha aumentado muchísimo la inseguridad para los migrantes, pero aun así decidimos que la caravana no iba a parar y la organizamos. Nada puede empañar la auténtica lucha de las madres. ¿Quién puede resistirse a lo más genuino que hay en la vida?”.
Martha Sánchez Solís, coordinadora del MMM.
Esta activista de 71 años, comprometida con las luchas sociales, se ha enfrentado a los maleantes cara a cara: “El otro día uno de ellos me dijo: ‘Usted madre, ¿quién la protege?, porque a mí me protege la Santa Muerte, pero a usted?’… Yo le contesté: ‘no te preocupes yo ya estoy en horas extras, y aquí voy a seguir’… En fin, la adrenalina no me deja”.
Hija del exilio español, nació en Francia y en 2006 empezó a construir el movimiento al ver los desastres de la guerra en torno a la migración centroamericana: “Decidimos que era una obligación ética y moral apoyarlas cuando vinieran estas madres buscando a sus hijos. Y empezamos a construir. Las primeras caravanas las hicimos con mi dinero y el de mi marido; con dinero de mis amigos y del padre Nieto. Es terrible, estamos hablando de entre 70 y 120 mil migrantes desaparecidos”.
Martha se acerca a las madres, las abraza, besa y llora con ellas; siempre está pendiente de sus pesares y alegrías. Después de tantos kilómetros recorridos para la búsqueda de migrantes no tiene dudas: “Todo México es un cementerio de migrantes”. Y más aún: “No vamos a saber nunca cuántos son realmente, no vamos a saber nunca cuántas fosas clandestinas no nos han dicho que han descubierto, no vamos a saber jamás cuántas no han descubierto; pero lo que si sabemos es que vamos a seguir buscándolos”.
MÁS ALLÁ DE LA FRONTERA NORTE
“Sus desaparecidos son nuestros desaparecidos”, les dice a modo de bienvenida Leticia Hidalgo Rea, madre de Roy Rivera Hidalgo, de 18 años, estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), secuestrado en su casa, el 11 de enero del año pasado por un comando de hombres encapuchados que llevaban armas largas y chalecos de la policía de Escobedo, Nuevo León.
Mercedes Moreno.
A Leticia, fundadora de la organización Lupa (Lucha por amor, verdad y justicia), ahora integrada en Fundec (Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos de Coahuila), sección Nuevo León, se le hace un nudo en la garganta, pero las lágrimas no le impiden continuar: “No están solas, tenemos el mismo dolor…. ¡Hasta encontrarlos!… Sólo los besos nos taparán la boca”.
La Caravana de Madres Centroamericanas pasó por la Casa Nicolás, un albergue para migrantes ubicado en Guadalupe, Nuevo León –municipio que es territorio de Los Zetas–, donde hace unos meses secuestraron a cuatro centroamericanos, un hecho denunciado por su director, el sacerdote Luis Eduardo Villarreal Ríos: “Cristo fue migrante y es un mandato teológico recibirlas aquí con los brazos abiertos. México es un campo minado para los migrantes”.
En el comedor del albergue, con la cena servida, las madres se miran entre sí un poco cansadas y desconcertadas. Hay lágrimas silenciosas, miradas de identificación con las madres mexicanas de desaparecidos que han acudido a acompañarlas. Leticia conoció a Mercedes Moreno en la caravana del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, encabezada por Javier Sicilia en Estados Unidos. Y ahora se reencuentran. Ambas se funden en un abrazo entre sollozos y les hacen entrega de un pañuelo bordado como símbolo de la búsqueda de los desaparecidos que en Monterrey enarbola Fundec.
Las ventanas están tapizadas de pañuelos con los nombres y apellidos de las víctimas de esta guerra: “Hemos estado bordando los nombres de las víctimas de esta guerra, los nombres de los desaparecidos. Empezamos bordando los nombres de nuestros desaparecidos y de los migrantes asesinados en San Fernando. Queríamos recibirlas con esto, para decirles que las tenemos en nuestro corazón. Gracias por traer la esperanza, por traernos la mitad de su corazón, la otra mitad está con nuestros hijos desaparecidos”, les dicen.
Petrona del Socorro García.
Mercedes Moreno de 64 años, muestra una pancarta con la foto de su hijo José Leónidas Moreno, quien vivió en Los Ángeles desde 1978 hasta 1988. Finalmente fue deportado y volvió a El Salvador, pero en el Departamento de San Vicente lo capturó el Ejército: “Lo meten a la cárcel y lo torturan por seis meses porque creyeron que era guerrillero por no portar ninguna identificación, pero él venía deportado. Mis hermanas lo encontraron en la cárcel en 1988 y volé desde Estados Unidos para verlo y ésta es la última foto que tomé de él”, dice acariciando la pancarta.
José Leónidas se quedó a vivir con sus tías esperando que su madre que residía en Estados Unidos hiciera todos los trámites necesarios para la residencia: “Por las torturas que recibió del Ejército mi hijo quedó mal de su mente. En 1991, él decidió venirse a México para pasar para Estados Unidos, pero aquí lo capturan los federales y lo deportan otra vez y desde entonces no sé nada de él. Cuando el coyote regresó a El Salvador, le dijo a mi familia que él había dejado a José Leónidas en un hotel para seguir haciendo conectes y cuando regresó ya mi hijo no estaba. Esa es la versión. Por eso, tengo fe de encontrarlo aquí en México. El tiene inclinaciones cristianas y tal vez en alguna iglesia o en un hospital psiquiátrico. Tengo fe de encontrarlo”.
En igual situación se encuentra Petrona del Socorro García de 60 años, originaria de Belén, departamento de Chinandega, Nicaragua. Es delgadita y tiene el cabello cano. A pesar de que le faltan los dientes frontales superiores y alguno que otro de la parte inferior, ríe abiertamente enfrentando con entereza su tragedia. Su hijo, Jesús de la Concepción García de 42 años, desapareció el 6 diciembre de 1993: “Mi hijo tiene 18 años de perdido. Se vino con una cuñada de Nicaragua a El Salvador y allí mi cuñada dice que lo dejó trabajando. Cuando volvió le pregunté: ‘¿Qué razón me das de mi hijo?’ y ella me dijo: ‘No sé, ya no estaba, no sé para dónde se fue’. Él me mandó una carta a los seis meses desde Tapachula, Chiapas, diciéndome que estaba en México porque se había cruzado para el otro lado y estaba en Los Ángeles, California, pero la migra lo agarró y lo deportó para México. Después un muchacho que llegó a Nicaragua, me contó que a mi hijo lo había visto en Tapachula trabajando. Yo le pido a nuestro padre celestial que lo encuentre, que si él tiene problemas no me importan, lo que quiero es saber es que está con vida, quiero reencontrarme con él y tengo siempre la esperanza viva”.
Fortunata Corea.
Petrona es una mujer de campo que decidió unirse a la caravana invitada por unas vecinas que le contaron las cosas horribles que le suceden a los migrantes centroamericanos en su paso por México: “A nosotros nos tratan bien, ojalá así hubieran tratado a nuestros hijos. Mire cómo los agarran, los secuestran, los roban, los matan. Tal vez con esta caravana, tal vez, a los migrantes les van a tener un poquito de piedad”.
EL ALMA DESTROZADA
Las madres de los migrantes desaparecidos han construido toda una comunidad solidaria: “Ellas tienen un mismo dolor, una misma esperanza, una misma lucha”, dice Rubén Figueroa del Movimiento Migrante Mesoamericano. “Hemos exigido al gobierno que frene este holocausto, pero parece que está sordo y no escucha el clamor de estas madres. No podemos quedarnos cruzados de brazos. Nosotros sí estamos organizados. Y tenemos que seguir buscando pistas de los migrantes a lo largo y ancho de toda la ruta migratoria que pasa por México”.
Este tabasqueño de 30 años fue migrante en Estados Unidos durante cinco años y dice que ha vivido en carne propia el mismo drama: “La complicidad del gobierno con el crimen organizado para delinquir en contra de los migrantes es una de las razones principales por la cual los migrantes desaparecen. Sabemos que con Enrique Peña Nieto, que trae la idea de militarizar más el país, poniendo patrullas fronterizas, no resolverá el problema, no es así como se va a frenar este holocausto”.
Fortunata Corea, es una mujer de piel color morena con ojos rasgados y facciones recias. Es de Choluteca, Honduras, y cuenta que hace ocho años su hijo Denis Arturo Baca se vino con su suegro buscando mejorar las condiciones de vida de su familia: “Él me iba hablando y la última vez que me llamó me dijo: ‘Mamá, si Dios quiere mañana voy a pasar el Río’, pero no me dijo qué río ni nada. Y desde entones no me volvió a hablar. Se me vino de 24 años, ahora tiene 31 años”.
Fortunata acaricia la foto que lleva colgada al cuello: “No lo sé soñar bien, cuando lo sueño lo sueño como enfermo, tirado en una cama, pero habla conmigo y yo le digo: “Ti’o, ¿a dónde has estado?’ y el me contesta: ‘Ay mamá es que he estado enfermo y estoy en lugares donde no me dejan salir’”.
Dice que tiene esperanza de que Denis esté en México: “A mí me tachan de loca. A mí me han dicho que los perros me lo han comido, entonces yo le pregunto a alguien si los perros se comen a la gente y me dicen que no, y me conformo. También me han dicho que se me ha caído de un tren y que quedó loco en un hospital psiquiátrico de monjas. Yo no creo. Y les preguntó: ‘¿dónde pasa el tren?’. Él me dijo que iba a pasar el río. Entonces pregunto: ‘¿pasan trenes después de pasar el río?’ Muchos me dicen que no. En cambio, otros me dicen que quedó en el desierto, entonces yo pregunto: ‘¿el río es primero que el desierto?’ Dicen que el desierto es atrás y el río primero. ¿Entonces?… Aunque me tachen de loca, yo digo que mi hijo está vivo”.
Fortunata continúa hablando: “Ahora le estamos pidiendo al gobierno que atienda este problema, esperemos que paren un poco los secuestros, las matanzas… Uno no se viene de Honduras porque quiere, se viene porque no tiene cómo mantener sus hijos. Mi hijo se vino y yo le doy la razón porque dejó dos hijos, no tenía donde vivir y él miraba que la gente se iba y se venía con cosas, y como albañil nunca iba a prosperar. Mire como Doña Olga ya encontró a su hijo en Escobedo, Nuevo León; no se lo lleva, pero su alma ya descansó. Yo así quisiera. Las demás andamos con el alma destrozada porque no sabemos nada”.
Lidia Diego Mateo
Lidia Diego Mateo mira a sus compañeras de caravana. Está rodeada de compatriotas de Guatemala. Su rostro tiene una tristeza profunda, perenne. Tiene 42 años, pero aparenta 60. Dice que tiene 10 hijos, pero que no puede vivir en paz porque le falta una: Nora Morales Diego de 16 años, desaparecida hace cuatro años. Suyapa del Socorro Muñoz. Vive en la comunidad maya de San Ixtán, en Guatemala.
Habla el castellano con dificultad pero cuenta que su hija desapareció en el Benémerito de las Américas, Chiapas: “Supe que se quedó a trabajar allí con su esposo mexicano: Gabriel González Pérez. Se ha escuchado que aquí no se respetan los derechos de los migrantes. Ojalá el gobierno ponga de su parte para encontrarlos porque no son animales, son gente y debe respetar su dignidad”.
Lidia arrastra la aflicción como compañera de viaje. Es su primera caravana; en realidad, nunca había salido de su pueblo y le da pena haber dejado 20 días a su familia: Uno tiene un montón de hijos, pero no se conforma porque sabe que le falta uno. Así dice la Biblia que son 100 ovejas, pero si se perdió una, hay que salir a buscarla. Yo tengo que encontrar a mi hija. No le hace que se quiera quedar con el marido mexicano. Dios que me ayude a encontrarla y no sólo yo, sino todas las compañeras; entre nosotras nos animamos para venir a buscarlas, para salir al encuentro de nuestros hijos”.
MIGRANTES: EL BOTÍN
El padre Alejandro Solalinde usa una camisa blanca impecablemente planchada y reluciente. Habla bajito, pausado, mirando a los ojos; se dirige a todos micrófono en mano de manera didáctica. El silencio es absoluto en el mítico Café Brasil de Monterrey, mientras el hombre que ha entregado su vida a la defensa de los migrantes expone su mensaje. “Esta caravana significa la visibilización de un drama, una tragedia de unos hijos entrañables que no aparecen. Entonces se hace esta caravana para llamar la conciencia de las autoridades y de todos aquellos que puedan ayudar y contribuir a la localización de estos seres queridos”, dice en entrevista.
“Esta caravana significa la visibilización de un drama, una tragedia de unos hijos entrañables que no aparecen. Entonces se hace esta caravana para llamar la conciencia de las autoridades y de todos aquellos que puedan ayudar y contribuir a la localización de estos seres queridos”, dice en entrevista.
Integrante de la Pastoral Movilidad Humana del Episcopado Mexicano, el padre Solalinde reivindica la misión de las madres de migrantes desaparecidos: “El norte del país ha sido un cementerio, incluido todo lo que es el Río Bravo, donde ha habido personas que han presenciado como las personas se ahogan y ya no los vuelven a ver; al igual que el desierto donde se encuentran osamentas, restos de nuestros hermanos de Chiapas que se han hermanado con los centroamericanos”.
Para este sacerdote católico, criticado incluso por su propia jerarquía, no hay obstáculos en su lucha a favor de los migrantes y aboga por la creación de un banco nacional de datos de ADN para cruzar datos con los miles de cadáveres sin identificar. La última oportunidad, dice, es el equipo de Antropología Forense de Argentina: “Las fosas clandestinas están hablando y también las que son usadas por los gobiernos para enterrar a los no identificados; ya están allí, especialmente en Veracruz. Para el manejo forense se requiere voluntad política y no la hay”.
Cuenta que hay un desastre en el tema de identificación de desaparecidos y cadáveres: “Una señora hondureña vino a buscar a su hijo, que fue secuestrado y asesinado en Coatzacoalcos, Veracruz, y la intimidó un ministerio público corrupto. Volvimos con muchas organizaciones y estuvieron presionados a buscar el ADN y nos dijeron que en 15 días o dos meses tendrían los resultados; el problema, es que ya van casi dos años y medio o tres, sin resultados”. El padre Solalinde continuará con el albergue y dice que los migrantes son muy pobres, pero dejan ganancias como “un botín” de guerra: “Mientras los sigan viendo como mercancías, mientras no haya valores y ética en los mexicanos va a seguir sucediendo eso. No hay amor ni respeto a Dios, pero tampoco a la vida humana, ni a los hermanos centroamericanos”.
Suyapa del Socorro Muñoz
BÚSQUEDA AMOROSA
Suyapa del Socorro Muñoz, no ha sonreído en mucho tiempo. Tiene el alma marcada por la desolación y la mirada también. Habla bajito como temiendo incomodar a los demás. Desde hace siete años no ha vuelto a comer igual, ni a dormir.
Su hija Diana Maribel Rivera Muñoz desapareció en algún lugar entre Guatemala, México o Estados Unidos. Como madre soltera de tres hijos, quería darles una vida mejor: “El propósito de ella era pasar al otro lado, como somos muy pobres y no teníamos casa, ni dónde vivir, me dijo que iba a trabajar en Estados Unidos para comprarnos una casita a mi y a sus tres hijos. Todos somos muy pobres con tanto esfuerzo hemos llegado hasta acá con la esperanza de verlos un día, de que los vamos a encontrar”.
Suyapa no levanta su mirada cuando habla, pero se dirige al Ejecutivo federal: “Les pido a todos, al Presidente, que si ellos están en las cárceles, que donde estén que por favor los ayuden y si es un problema tan grande que los saquen y los manden a su país. No comemos pensando que ha pasado con la vida de ella. Si se murió pues, ya sabemos, pero así, nos la pasamos pensando. Aquí andamos para saber lo que sea, pues”.
Guadalupe Rivas
Las madres centroamericanas han escuchado las historias sobre el próspero negocio de la trata de mujeres en México, en donde están involucrados políticos, gobierno y crimen organizado. Por eso, la madre de Clementina del Carmen Lagos Barrera decidió integrarse a la caravana este año. Su hija desapareció el 9 de noviembre del 2003 en Nicaragua: “Me vine a buscarla por la trata de mujeres. Hay una pista en Tapachula donde la han visto, tenemos una dirección, pero el año pasado no pudimos comprobar si era ella, ahorita que pasemos por Tapachula vamos a ir a buscarla”.
María Eugenia Barrera Rocha
Tiene seis hijos y su hija le dejó unas gemelas de 10 años. Ella trabajaba haciendo churros, pero no le alcanzaba para mantener a las niñas porque era madre soltera: “Ella es muy dulce, muy tranquila, sencilla. Tenía 17 años cuando desapareció, hoy 26. Primeramente Dios que pronto aparezca”. Igualmente, la madre de Jorge Luis Cardoso Valdivia desaparecido hace seis años en Denver, Colorado, está segura que su hijo está vivo y puede estar en México o preso en Estados Unidos. Era arquitecto: “A mi hijo lo llevaban en hombros y lo dejaron en el camino del desierto cuando vieron la camioneta de la migración. Puede ser que este con vida, dicen que cuando regresó el coyote dio noticias de que no había nada en el camino. El coyote cobró 2 mil dólares, pero no nos dio ninguna razón de mi hijo”.
Desde 2002, Blas Alvaro Rivas García carpintero y pintor desapareció. Dejó en Chinandega a cinco hijos que siguen esperándolo, por eso su madre, Guadalupe Rivas, decidió participar por primera vez en la caravana: “Dos de sus hijos no lo conocen y me dicen: ‘abuelita ve a buscar a mi papá’. Yo creo que está aquí en México. Siento que está vivo. Con esto de la caravana creo encontrarlo porque me han dicho que puede estar en Tuxtla Gutiérrez. Ojalá que todos encontremos a nuestros hijos porque todas lo merecemos. Yo sólo le pido a mi hijo que busque un medio de comunicación para que podamos hablar porque sus hijos lo necesitan”.
María Teodora Ñamendiz
María Teodora Ñamendiz busca a su hijo Francisco Dionisio Cordero Ñamendiz desde hace 30 años y aunque tiene ocho hijos dice que le falta “el perdido”: “Se vino de 19 años a El Salvador, de allí me mandó pedir la partida de nacimiento. Trabajaba en villas y por la noche estudiaba. Luego me dijo que se iba a pasar para México y que se había casado con una mexicana en Veracruz, y me mandó decir que tenía dos niñas. Yo digo que él está aquí”.
A María Teodora le aterra pensar en los peligros que pasan los migrantes: “Da horror lo que pasa aquí, los maltratan, les hacen ganada, los matan y los vuelan al río. Estuvimos donde hubo una masacre. Yo no me canso de buscarlo aunque hayan pasado 30 años. En nombre de Cristo que lo voy a encontrar”.
El 30 de octubre los medios de comunicación dieron la noticia de que María Teodora Ñamendiz finalmente encontró a su hijo en Tierra Blanca, Veracruz, y se llevó una grata sorpresa: no tiene dos hijos, sino tres.
Francisca Rodríguez
El reencuentro es lo que espera la hondureña Francisca Rodríguez de 77 años que no deja de llorar. Su hijo Santos Domingo Quiroz Rodríguez desapareció hace 13 años, pero hay testigos que lo han visto en Puebla: “Lo han visto vendiendo maíz en una bodega. Un muchacho me dijo: ‘Este vato lo conozco’. Tengo la fe en Dios que lo voy a encontrar. El corazón me dice que allí está, que está vivo”.