Son más los ausentes denunciados que los cuerpos hallados: Forense de Tamaulipas
Vale más saber lo que sea, clamor de familiares en busca de desaparecidos
La gente lleva las fotos de sus parientes con el propósito de apresurar la identificación Foto Sanjuana Martínez |
Matamoros, Tamps. Las cifras no coinciden: 177 cadáveres y 280 muestras de sangre. Hay más desaparecidos denunciados que cuerpos encontrados en las narcofosas, y la Procuraduría General de la República (PGR) ha dejado de cavar, sin importar la diferencia en los números. De los recuperados, el químico forense, Francisco Zenón Rodela Esqueda, sabe que habrá cotejos exitosos. Vivos y muertos están unidos por la genética. Desde hace 12 días toma muestras de sangre mediante punción venosa a unos, y extrae dientes, cabello, huesos y restos hemáticos a otros. Al final, será el ADN el que reúna nuevamente a los muertos con sus familiares.
Rodela está encargado del laboratorio de la Unidad de Servicios Periciales, insuficiente para las 345 personas que se han acercado a pedir información. Esta mañana hay una fila inmensa. Un señor que busca a su hijo desaparecido desde noviembre del año pasado es el siguiente en turno. Se sienta frente al escritorio. El químico forense hace que extienda el brazo y le coloca una liga alrededor de la extremidad para hacer un torniquete. Busca la vena cubital, palpa con el dedo índice, limpia con alcohol e inserta la aguja. Extrae la sangre, la deposita en el tubo de muestra, voltea y explica:
Fue impactante a simple vista ver los cuerpos. Créame que trato de bloquearme al salir de mi trabajo, de distraer mi mente; quiero pensar en otra cosa, pero no puedo, dice mientras aprieta la vena para evitar un hematoma.
Durante las últimas dos semanas el servicio ha estado saturado. La mayoría son padres o hermanos de las víctimas. Se desahoga.
En 12 años es la primera vez que me toca esto. Si acaso hacía una muestra de sangre al mes por calcinación o por ahogamiento en el Río Bravo, pero no por violencia de este tipo. Es algo desesperante porque toda la gente está esperando tener noticias de sus seres queridos.
Durante este tiempo ha sido duro ver a personas llorando en silencio, gente que se quiebra y se vienen abajo mientras les saca sangre; pero el trabajo con los otros, con los muertos, fue lo más difícil de su carrera forense, especialmente el impacto inicial de los cuerpos desenterrados. Y luego la obtención de muestras. Fue extrayéndoles cabello, huesos (el fémur) o algún diente. A cada uno le dio un número y un expediente que incluye la descripción de la ropa que usaban y las señas particulares:
La mayoría tenía cabello, pero algunos son hombres maduros, calvos; otros estaban en muy avanzado estado de descomposición.
A simple vista fue difícil intentar determinar las causas de la muerte o el nivel de tortura. Algunos tenían el tiro de gracia o varios disparos en la cabeza, otros presentaban fracturas en el cráneo, lo que hace suponer que murieron a mazazos.
Es lo más difícil que me ha tocado hacer en mi vida, insiste el químico forense sin poder reponerse aún del impacto. Las muestras serán enviadas a un laboratorio central en Ciudad Victoria, donde biólogos especializados en estudios genéticos extraerán el gen correspondiente para la investigación del ADN. Una muestra única se lleva 24 horas y los resultados tardarán varias semanas. La incertidumbre continuará.
Los tatuajes
Afuera de Servicios Periciales la gente sigue su particular búsqueda. El primer cuerpo identificado sin necesidad de las pruebas genéticas fue el de Gonzalo García Casanova. Tenía un tatuaje en el pecho y otro más en la espalda con el nombre de sus cinco hijos. A doña Irma, su madre, le tocó identificarlo en las fotografías. El golpe emocional fue tan duro que se desmayó:
Es él, alcanzó a decir antes de caer.
La auxilió la oficinista Gabriela Luna, quien ha tomado decenas de declaraciones junto a otros seis compañeros. Tiene 26 años y dice que lo más doloroso ha sido ver el sufrimiento de la gente:
Todas las noches me las paso soñando. Me quiero dormir y me despierto a cada rato con pesadillas. Parece que esto nunca va a acabar. Un día atendemos a 100, el otro a 90 y luego a 120... Es muy triste. Nos hemos dado cuenta que la gente no denuncia la desaparición de sus seres queridos por miedo, sólo 20 por ciento lo hace. Ya no confían en las autoridades, no saben a quien acudir...
La desorientación de los familiares es ocasionada por la falta de protocolos oficiales en torno a las desapariciones forzadas. La gente no sabe si debe denunciar en cada estado o acudir a una instancia federal:
Lo malo es que no existe un registro nacional de desaparecidos. Es un gran problema a la hora de cotejar los datos.
Quienes conocen los tatuajes de sus desaparecidos tienen una ventaja. Doña Olga Arreola trae una foto para mostrar que su hijo desaparecido tenía como unos 15 tatuajes: un cholo con una escopeta al frente, una águila en la espalda junto a un Aladino saliendo de su lámpara; en los brazos, una mujer desnuda con rosas rojas y una pantera. En las piernas, una mujer india y una cruz con un listón, y en el tobillo el nombre de Miriam. Desapareció hace cuatro meses. Un día salió de su casa en Matamoros y ya no regresó. Su madre no ha dejado de llorar desde entonces:
Es muy duro no saber nada de él. Hasta ahora me animé a venir. Vale más saber. sea lo que sea.
Búsqueda interminable
Las historias se acumulan, la gente sigue llegando con la esperanza de encontrar o no encontrar. La duda genera confusión hasta la náusea y Juana, al entrar al edificio de la Procuraduría, se desvanece por el tumulto, por el olor a muerte. La cara pálida, las manos heladas, la mirada perdida. Se agarra del brazo de Georgina, madre de otro desaparecido que la acompaña. Acaban de llegar de Ciudad Valles, San Luis Potosí. Salieron con lo puesto.
Abre la mano izquierda y muestra una foto tamaño infantil de su esposo Benito Barrios Garcés de 47 años. Se limpia las lágrimas. Dice que tienen cinco hijos. Qué no come, no duerme. La última vez que lo vio fue la noche del 1º de abril cuando se subió a un autobús Frontera camino a Río Bravo:
Cada año se venían a trabajar un mes y medio. Luego volvían y traían dinerito. Oímos que andaban secuestrando autobuses, pero no medimos el peligro: como el gobierno no dice nada, nunca nos imaginamos... Estamos desesperadas, dice sin poder contener un profundo sollozo.
No te pongas mal, la consuela Georgina tomándola de las manos. Ella también llora. Su hijo, El Güero, César Omar Martínez Ortiz, de 33 años, acompañaba a Benito. Ambos iban a trabajar
en los riegos. Son concuños: “Le dí la bendición. Me dijo: ‘luego vengo mamá’. Después supimos que no había llegado el autobús. Imagínese. Está casado, tiene tres niños y una niña. Me la paso pensando en él. Tristeando”.
Ambas saben que la Procuraduría General de Justicia de Tamaulipas considera que de los 177 cuerpos recuperados en 34 fosas, 122 podrían ser pasajeros de autobuses secuestrados por Los Zetas en marzo y abril. Posiblemente dos cuerpos con un número de expediente forense pasarán a tener nombres y apellidos. Georgina lo admite y dará una muestra de sangre para el ADN. Pero Juana no se resigna. Prefiere pensar con el corazón:
Primeramente Dios y la Virgen nos los van a devolver con bien.
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