domingo, 7 de noviembre de 2010

En las postrimerías de la prostitución

Sin fondos, la Casa Xochiquetzal para sexoservidoras de tercera edad
Languidece el único asilo en AL para trabajadoras sexuales
Proyecto ideado por Jesusa Rodríguez y Marta Lamas, en el DF
La Casa Xochiquetzal alberga a unas 23 sexoservidoras, las cuales han sido abandonadas por el Estado y repudiadas por sus familias
Foto Sanjuana Martínez


Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 7 de noviembre de 2010, p. 18
En las postrimerías de la prostitución Sonia sigue siendo guapa pero sabe que a sus 60 años es difícil ejercer el trabajo que le ayudó a sacar adelante a sus tres hijos, ocho nietos y actualmente a un bisnieto: “Antes me rogaban; ahora tengo yo que rogarles. Antes me sobraba; ahora no tengo ni pa’comer. Antes les decía 500 pesos y hasta me daban mil; ahora les digo 150 y me quieren dar 50... Ya ni recibo propina... Cambian mucho las cosas con la edad”.
Sonia es una de las 300 trabajadoras de la tercera edad del sexo comercial que laboran en los mercados de La Merced, Tepito, la Lagunilla y Granaditas, abandonadas por el Estado, muchas de ellas en situación de calle, enfermas sin atención médica y repudiadas por sus familias.
A diferencia de la mayoría de sus compañeras, Sonia decidió hace unos días acercarse a la Casa Xochiquetzal y pedir apoyo, el único asilo para trabajadoras del sexo comercial en América Latina, una iniciativa de Jesusa Rodríguez y Semillas, Sociedad Mexicana Pro Derechos de la Mujer, AC, dirigida por Marta Lamas.
Está sentada en el patio central de esta casona convertida ahora en refugio de la dignidad humana. Xochiquetzal significa Flor hermosa en náhuatl, la Diosa de Las Alegradoras, y está ubicada en medio de los cuatro mercados. Hay un altar de muertos dedicado a las dos últimas trabajadoras que fallecieron este año; una de ellas ejerció su trabajo hasta los 90 años, sin seguro médico, ni pensión alguna que le permitiera retirarse a tiempo.
A Sonia se le humedecen los ojos verdes cuando hace recuento de las múltiples tribulaciones de su azarosa vida y sus 45 años en la vida alegreque considera debería llamarse la vida triste. Es rubia, delgada y aún conserva la belleza que le permitió ser y seguir siendo, una mujer deseada: “Me doy el lujo de decir que a pesar de como estoy, jalo más que una mula. Aquí me tienen envidia las compañeras. No me quieren porque no entienden cómo agarro clientes. Dicen: ‘se lo lavó con azúcar’, pues atraigo hasta las abejas”.
Empezó a los 14 años: “Trabajaba de meserita, de dama de compañía. Me iba a Acapulco a bailar en los cabarets. Me sacaban de un lado y otro porque era menor de edad. Me tenían de contrabando. Luego me fui a Estados Unidos, donde estuve bailando entable, pero no tenía papeles. Un día llegó la migra y me sacaron. De volada me trajeron hasta acá. Yo solita me metí en esto. Cuando era mesera me tocaban puros patrones que abusaban de mí. Me cacheteaban, me golpeaban y luego ni las gracias me daban. Hasta que dije: si es por nada, ahora que sea por dinero. Tenía una amiguita que trabajaba en la calle y le pedí que me enseñara. Me enseñó cómo, por dónde y por qué. Y empecé a trabajar porque tenía a mi papá muy enfermo de cáncer de pulmón.”
Sonia camina con bastón, tiene medio cuerpo paralizado. Un balazo en la cabeza propinado después de una violación y golpiza que le cambió la vida: “Un día me invitaron a una fiesta en la Romero Rubio. Me engañaron diciendo que eran unos quince años y fui. Llegando al lugar me encerraron y todos estaban consumiendo droga y se pasaban las viejas unos a otros. El jefe era alto, grandote, feo, con la nariz aguileña. Me violó y golpeó. Le dije que me daba asco y le escupí, entonces sacó la pistola y me metió un balazo en la cabeza. Pero aquí sigo. Mi madre decía ‘hierba mala nunca muere’. Y tenía razón. Aún tengo la bala en la cabeza. Me dijeron que si la sacaban quedaba cuadrapléjica. La guardo de recuerdo”, dice señalando la cicatriz en la frente.
Habla de manera pausada, mirando a los ojos: Cuando estaba joven procuraba escoger puros guapos, pero me moría de hambre porque no sabía trabajar. Alguien me dijo que si quería tener dinero tenía que agarrar de todo. Pero algunos me daban miedo. Quedé muy traumada después de la violación. Frígida. Y hacía mis trampitas para que no me penetraran y ellos creyeran que sí... Así trabajé mucho tiempo, hasta que ya no fue posible. No todos son tan tontos. Antes eran más tontitos; ahora ya no se dejan.
Las trabajadoras del sexo comercial en la tercera edad no tienen padrote. Los proxenetas o sus parejas las controlan mientras son jóvenes, luego las abandonan a su suerte, por eso muchas viven en la calle, duermen a la intemperie, sufren hambre, violencia y enfermedades. Sonia padeció todo tipo de vejaciones, pero su carácter guerrero le hizo sobrevivir: “Tuve una pareja durante 15 años. Me maltrataba mucho. Me pegaba.... Él andaba también en la calle como yo.... Yo siempre fui muy loca. Me gustaba cambiar de pareja cada rato y tener dos o tres. Sentía mucho orgullo de andar con dos o tres juntos. Y él estaba muy acomplejado. Era morenito de ojos negros. No estaba feo, pero era paisanito. Registró a mis tres hijos con su apellido. Los crió y los cuidaba mientras yo trabajaba. Lo mantenía a él y a mis hijos... el otro día dije ¡maldito negro, qué bueno que ya se murió!, y mi hija muy enojada contestó: ‘No hables mal de mi papá. Le deberías de agradecer que no siendo nuestro papá biológico no nos tocó nunca. Ni nos faltó al respeto. Nos bañaba y se tapaba los ojos con su pañuelo y nos decía que nos tallaramos la cosilla porque él no podía tocarnos’.... Pues tiene razón. Pobre. En realidad me pegaba no muy feo, nada más patadillas en las espinillas. Así dilaté con él 15 años, hasta que se me quitó lo mensa y lo dejé. Lo denuncié y lo metieron a la cárcel en Texcoco. Le echaron seis años por estafarme y por golpearme”.
Sonia dice que no se avergüenza de su profesión, particularmente porque sus tres hijos nunca la han mantenido, ni se han preocupado por retirarla de trabajar y apoyarla en su manutención; más bien, al contrario, ella los sigue ayudando. Ahora tiene ocho nietos y un bisnieto: “No puedo hacer otra cosa. No sabía leer ni escribir. Nunca me he arrepentido de lo que hago. Pa’qué soy hipócrita. Si yo hubiera sabido algo tal vez hubiera conseguido otro trabajo, pero así. Apenas sé leer. ¿Sabe gracias a quién? A Memín Pinguín. Me gustaba mucho la revista y aprendí a fuerzas. Escribir hasta la fecha, pues no... quería ponerme a vender algo pero sin dinero cómo. A ver si logro la pensión de los discapacitados, aunque se está poniendo bien difícil. No me explico por qué.... Mientras hay que seguir jalando, le doy a mi hijo para su escuela y a mi nieto el chiquito... En un día a veces saco 500, en especial en las quincenas o en los días de milagros de San Judas Tadeo. A veces 100 o 200 al día, a veces nada en toda la semana. A veces 15 días sin un quinto... Este trabajo es como la mafia. Si entras ya no puedes salir”.
Un refugio
En Xochiquetzal el ambiente es relajado. Actualmente hay 23 mujeres. La capacidad podría llegar a 100. Es un albergue a donde las ancianas son canalizadas o invitadas a retirarse o seguir trabajando pero con un techo y tres comidas al día. No todas piden ayuda, ni están dispuestas a dejar de vivir en la calle. Tampoco existe un programa social de gobierno que les proporcione seguro social, ni brinde la posibilidad de jubilarse. La mayoría de las trabajadoras del sexo comercial ancianas no se asume como víctima.
Jesusa Rodríguez, artista comprometida con grupos vulnerables, recuerda que la idea de esa casa surgió en 2001 en un taller para trabajadoras sexuales en Metepec cuya conclusión, después de cinco días de trabajos, fue pedirle al jefe de Gobierno un techo para morir tranquilas: Me acuerdo que había 60 trabajadoras del sexo comercial, jóvenes y ancianas y algunas preguntaban qué es un orgasmo. No sabían. Un dato increíble.
A partir de entonces, el objetivo de Jesusa y Marta Lamas fue lograr que hubiera un asilo: “Ellas han sido torturadas y explotadas. La mayoría no tiene acta de nacimiento. Lo primero que hicimos fue conseguirles a las ancianas la tarjeta para la beca de 700 pesos que creó Andrés Manuel López Obrador, pero ellas no podían acceder porque las enganchan a los siete años y no tienen papeles. Y batallamos, pero lo logramos. Andrés Manuel lo primero que dijo fue: ‘cuenten con ese asilo’. En dos meses teníamos vivienda, transporte, escuela y las jóvenes trabajadoras pedían alto a las redadas y otros derechos. Las ancianas querían cosas diferentes a las más jóvenes. Y pensamos en un programa doble. Tardamos tres años en echar a andar este proyecto de Estado”, dice Jesusa, sentada al lado de su esposa Liliana Felipe, actriz, cantante, pianista y compositora.
Contra viento y marea Casa Xochiquetzal era casi una realidad: “El jefe de área era Marcelo Ebrard y fuimos con él y nos sentamos todas las trabajadoras sexuales incluida yo y nos dijo: ‘No tenemos un proyecto de Estado. En un par de días le entregamos un plan político sobre trabajo sexual. A los dos meses ya habían acusado a Andrés Manuel de padrote y a Ebrard, porque para un político es muy difícil entender un proyecto para dignificar la prostitución”.
Finalmente el primer asilo para trabajadoras del sexo comercial de América Latina fue una realidad hace cinco años, un proyecto que ahora peligra por falta de donativos y apoyo institucional. Jesusa aprendió a lo largo de estos años la filosofía de estas mujeres sobre la administración del cuerpo: Mama todo lo que puedas porque la boca no se afloja. Y guárdate el culo para la vejez, porque esa es tu jubilación... ¡Es brutal, pero es la triste realidad!"

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