sábado, 27 de noviembre de 2010

La favela, otra forma de vida

“Más que combatir al narco se lucha contra la pobreza”
Heliópolis, ejemplo de organización comunitaria
De lujo y miseria el contraste urbano en Sao Paulo

Unos 800 paracaidistas del ejército brasileño ocuparon las principales rutas de acceso al complejo de favelas de Alemao. Un portavoz de la policía militarizada afirmó: ahora somos 21 mil hombres. El cerco representa el primer paso hacia una posible invasión  Foto Ap
Desde la favela de Heliópolis se observa la parte industrial y más desarrollada de la ciudad de Sao Paulo Foto Sanjuana Martínez



Periódico La Jornada
Sábado 27 de noviembre de 2010, p. 2

Sao Paulo, 26 de noviembre. El contraste de la ciudad financiera y empresarial de Brasil se divisa desde cualquier ángulo: la próspera avenida Paulista, el río Tieté, afluente del Paraná, y las mil 863favelas que albergan el símbolo de la desigualdad del crecimiento económico y el subdesarrollo.

En los alrededores de esta megalópolis no solamente están las grandes ensambladoras de automóviles europeos, asiáticos y estadunidenses; las industrias papeleras, farmacéuticas, químicas, de alimentos y de la construcción; también se encuentran los asentamientos humanos provocados por el desequilibrio en la distribución de la riqueza. Más de 2 millones de personas viven en las favelas de esta ciudad, generadoras de noticias sobre la violencia y el narcotráfico.

Al lado de los edificios de viviendas suntuosas, separados por una calle en la subprefectura de Ipiranga, se ubica Heliópolis, la favela más grande de la ciudad con 190 mil habitantes en una superficie de un millón de metros cuadrados.

En los cerros, las estrechas y empinadas calles cubiertas de casitas de cartón, madera, lámina, ladrillos y cemento son una aproximación visual de la pobreza urbana que el presidente Luiz Inacio Lula da Silva intentó atacar con programas sociales para reducir las desigualdades económicas de casi 7 millones de brasileños. Casi 4 por ciento de la población de Brasil sigue viviendo en favelas. En la pasada década la población ha ido creciendo de manera paulatina en un 40 por ciento.

Entrar a Heliópolis, Ciudad del Sol, es adentrarse en una configuración urbana singular con un sistema de organización social único en el mundo. Es un entorno autogestionado desde hace 30 años, cuyos vecinos no esperaron a que el Estado resolviera sus problemas. Los habitantes de esta periferia que concentra a la clase trabajadora y obrera tienen su propio banco, escuelas, seguridad, tiendas, bares, centros comunitarios, deportivos, bibliotecas, cines... Es un Estado por encima del brasileño.

La violencia, la inseguridad y el tráfico de drogas forman parte de la vida en las favelas, ciudades perdidas hasta donde han llegado los flujos migratorios de las zonas rurales. La autonomía del lugar es asumida por todos. Aquí ni la policía paulista entra: “Más que combatir a los narcos, combatimos la pobreza”, dice Emerson Abreu Santana, encargado de la seguridad del barrio junto a otros 39 hombres y líder de la Unión de Núcleos y Asociaciones de Vecinos de Heliópolis (UNAS, por sus siglas en portugués).

La situación en las favelas de Río de Janeiro, que viven un gran operativopoliciaco y militar, ha alertado a los vecinos. El encargado de la seguridad intenta explicar el fenómeno del tráfico de drogas dentro de las favelas: “Losnarcos están en esto por no tener otras oportunidades, ni otra forma de ganar dinero. Entraron al mundo de las drogas por las dificultades que enfrentaron en la vida. Nuestro trabajo es de prevención. Intentamos que nuestros adolescentes nunca caigan en las adicciones. Es nuestra manera de combatir el narcotráfico, pero no podemos correr a los traficantes. Ellos nacieron aquí y forman parte del lugar”.

Emerson habla mientras recorremos las calles de la favela en moto. Los puntos de venta están claramente identificados y los traficantes también. La mayor parte de los compradores de droga son personas de clase media y alta. Los forasteros son fácilmente identificados. También existe el sistema de entrega a domicilio. Los traficantes se desplazan en motos para llevar la droga a sus clientes. El verdadero negocio, sin embargo, no es elnarcomenudeo, sino el tráfico a gran escala que también sale de aquí.

“Hay cocaína, mariguana y crack. Cada dosis cuesta entre 5 y 10 reales. No es caro. Pero aquí el tráfico sobrevive no por los habitantes de lafavela, sino por las personas de afuera que vienen a comprar. Son consumidores y vienen porque saben que aquí hay seguridad. No hay policías. No serán robados. Vienen personas con poder adquisitivo muy fuerte a comprar aquí”, dice Reginaldo José Gonçalves, coordinador de la radio comunitaria de Heliópolis.

Para entrar a la oficina de la estación de radio hay que pasar por un auténtico laberinto de pasillos y casas:"Para nosotros un traficante de droga es un vecino más. No podemos interferir en lo que hace. Él respeta nuestro trabajo de prevención y nosotros respetamos lo que hace. No podemos decir no trafiques. Nuestro trabajo es evitar que las personas se conviertan en consumidores. Y vamos a lograrlo, dándoles opciones: estudio, proyectos sociales o educativos. Entre más pobre sea un lugar, más vulnerables serán los jóvenes ante las drogas".

El nivel de adicciones es una preocupación generalizada. No existen en las favelas centros de rehabilitación, y Reginaldo reconoce que el trabajo comunitario se centra en la prevención: “No hay programas de desintoxicación. Por lo mismo, evitamos que entren en ese mundo, porque difícilmente van a salir. En Heliópolis no hay manera de salir. Trabajamos en un concepto de barrio educador. Y a las personas les da vergüenza ser traficantes. Los actualesnarcos ya estaban antes. Entran y no encuentran la manera de salir. Son personas que no tienen opción de trabajo con poco estudio. Y acaban infelizmente en el mundo de las drogas. Tienen la vida contada, muy corta”.

Decenas de jóvenes son reclutados como soldados por los narcotraficantes. El crimen organizado factura millones de dólares al año por la venta de droga.

Reginaldo asegura que a través del proyecto Centro de los Niños y los Adolescentes se refuerza la comunidad escolar de entre 7 y 14 años:"Pretendemos mantenerlos siempre ocupados con clases de refuerzo escolar, teatro, medio ambiente, ciudadanía, música..."

–¿Y la policía?

–Aquí no entra la policía. La policía no resuelve nada; al contrario, lo empeora todo. Y la comunidad ya no habla a la policía cuando pasa algo, porque ya entendimos que la policía no hace lo que tiene que hacer. En vez de llegar y ayudar, muchas veces estorba. Quien hace la propia seguridad son los habitantes de Heliópolis. Antes las matanzas eran normales. Ahora ya no. Ya no hay asesinatos ni robos. Hay una seguridad de hombres de la misma comunidad. Nosotros tenemos nuestra propia seguridad. Nos organizamos y nos cuidamos unos a otros. Es muy difícil que aquí tengamos crimen organizado. Yo me siento más seguro dentro de la favela que afuera. Por increíble que parezca.

La tranquilidad del barrio es precisamente lo que le gusta a Thays Foge Jacintho, de 19 años. Es mulata y va vestida con una miniblusa y un pantalón tejido a la cadera que deja ver su ombligo. Camina por los callejones hasta llegar a la cabina de la radio comunitaria. Allí la locutora ofrece servicio social entre samba y bossa nova: "A Doña Sandra se le perdió su cotorro y pide información. Si alguien lo ha visto por favor comunicarse con ella".

Al principio en la favela había que comunicar las noticias y las necesidades de la gente por medio de bocinas y con micrófono en mano, recorriendo las calles. Pero hace 18 años nació la Radio de Heliópolis, una estación clandestina que fue cerrada en varias ocasiones, pero que finalmente el Estado legalizó hace dos años. La importancia de este medio de comunicación ha sido decisiva para la construcción de ciudadanía y solidaridad que mueven los hilos del lugar. Reginaldo está orgulloso de los resultados: "En Heliópolis trabajamos con un concepto de barrio educador. En cada casa, en cada esquina, en cada bar, en cada tienda, siempre tenemos a alguien que está enseñando algo a niños y jóvenes. Les ayudamos a buscar trabajo, a entender los conceptos de solidaridad y tolerancia. Es una manera de combatir la violencia, el tráfico de drogas, la falta de escuelas, de hospitales. Aquí no hay parques, ni espacios de esparcimiento para los niños ni para los jóvenes. Y como no tienen esos espacios y están mucho tiempo en la calle son vulnerables a la criminalidad y a las drogas".

La droga fue una de las grandes preocupaciones de Gerardo Pereyra de Sousa a la hora de educar a sus dos hijas. Vive en la favela desde hace 27 años. Logró que sus dos hijas fueran a la universidad con el ingreso que obtiene de su bar. Se siente satisfecho de poder romper el ciclo de marginalidad y pobreza: “La favelatiene su propia vida. Lo que tengo lo conseguí aquí adentro. La casa en la que vivo costó 200 mil reales y la compré con dinero que gané aquí. Nosotros somos dueños de nuestras vidas, y si queremos lo mejor, lo tendremos.”

La clave es el liderazgo

Ofrece una cerveza Skol a Gil, el fotógrafo del barrio, un hombre alegre y dicharachero: “El gobierno local quería acabar con Heliópolis. Imposible. Las favelas no van a desaparecer así. Luego llegó Lula y nos dio dinero para hacer mil 500 departamentos. Esta es una de lasfavelas más desarrolladas. La clave es el liderazgo. Obtuvimos lo básico exigiendo al gobierno hospitales. guarderías, escuelas... Ahora estamos mucho mejor y si las cosas no van bien, salimos a protestar. Hay que luchar. No podemos estar de brazos cruzados. No nos conformamos con lo poco que nos quieren dar. Si no reclamamos, nada caerá del cielo. Hay que hacer ciudadanía. No es nada más votar”.

Aunque los traficantes de droga dominan la mayoría de las favelas, en Heliópolis la comunidad no ha permitido que impongan su "ley" como en otros barrios, dice Delmiro Monteiro Farias, de 71 años, quien fundó con un grupo de vecinos la favela: "Aquí había 26 campos de futbol cuando llegamos. Ahora no hay ninguno. Las drogas y los traficantes no son el problema. El problema es la desorganización de la gente y la apatía. Nuestro reto es hacer más participativas a las familias. Con ciudadanía el bien siempre triunfará sobre el mal".

jueves, 25 de noviembre de 2010

¿Y la solidaridad sin prejuicios?

La directora de la Casa Xochiquetzal afirma que el albergue padece el olvido gubernamental
La sociedad debe ayudar a trabajadoras sexuales de la tercera edad, ella las creó
Cuando acudimos a pedir apoyo nos dicen ¿para qué se dedicaron a eso?, asegura activista




Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 21 de noviembre de 2010, p. 35
Las habitaciones de la Casa Xochiquetzal encierran decenas de historias de mujeres de la tercera edad en situación de calle dedicadas aún al sexo comercial por la falta de oportunidades para jubilarse. Aquí han encontrado un refugio y la protección necesaria para vivir sus últimos años en paz y con dignidad.
Fundado hace cinco años, este asilo para mujeres trabajadoras del sexo comercial padece los estragos del desinterés gubernamental y el desprecio de la sociedad traducido en falta de recursos que le permitan seguir funcionando: “casi nadie entiende su situación. Cuando acudimos a solicitar donativos nos encontramos con el rechazo y una absoluta falta de comprensión: Nos dicen: ¿Para qué se dedican a eso? Ahora que se aguanten. El problema es que a nadie le importan las ancianas trabajadoras sexuales, comenta Gabriela Rodríguez, directora de la organización Afluentes, encargada del apoyo económico al lugar.
Canela tiene 74 años y padece síndrome de Down. Lleva 30 años dedicada al trabajo sexual: a ella la tiraron a la basura cuando nació. Es una historia terrible e inimaginable. En general todas ellas tienen vidas muy tristes. Es un universo de mujeres que ni siquiera imaginaba que existiera. Son inexistentes para la sociedad; mujeres multimarginadas, multivulnerables e invisibles, comenta Rosalba Ríos, directora de la Casa Xochiquetzal.
Rosalba es pedagoga y tiene una maestría en sicoanálisis, trabajó antes con menores infractores, indocumentados y mujeres víctimas de violencia, pero nunca antes imaginó que pudiera existir este tipo de grupo vulnerable: he aprendido mucho. Se ha convertido en una misión de vida. Esta labor abre la posibilidad de trabajar con otros grupos. Me di cuenta de que la necesidad es mucha. Ellas son como hoyos negros en la sociedad. Y desde aquí se puede llegar a las hijas y a las nietas para que no se repitan las historias. Aquí hay mujeres de tercera y cuarta generación dedicadas al trabajo sexual. Es una cadena que hay que romper.
¿La vida fácil?
Leticia llegó a la Casa Xochiquetzal cuando el edificio estaba en ruinas. Es fundadora del albergue y ahora está encargada de la cocina. Hoy hay para comer pescado y ensalada. El olor atrae a las compañeras. Se sientan poco a poco a la mesa. Conviven, ríen y lloran juntas.
Leticia fue trabajadora sexual por más de 40 años, empezó a los 26, obligada por su esposo, el padre de sus seis hijos: voy a cumplir tres años que ya no ejerzo. Me dieron trabajo en la cocina. Tengo seis hijos, pero como si no los tuviera. No me quieren.
Se enjuaga las lágrimas, continúa:casi no me gusta platicar mi historia porque me lastimo yo sola y luego duro varios días caída. Procuro no recordar mi pasado. Yo fui obligada a ejercer la prostitución por mi esposo. Aún siento mucho dolor.
Recuerda que en varias ocasiones cruzó la línea de la muerte: “Me enfrenté a muchos peligros. Fui arrastrada por los jeeps de Gobernación, maltratada por los policías. Trabajaba con mi hijo de nueve meses al que cargaba con reboso. Me arrastraban con él. Trataban de quitármelo, pero lo defendía con uñas y dientes. Nunca me lo quitaron porque los mordía. Conocí la vaca, el lugar a donde nos llevaban. Eran 15 días de prisión o 500 pesos de multa. Cuando caí en el toro eran 36 horas y me las aventaba todas, porque eran 100 multas y no había con qué pagarlas”.
–Los clientes que fueran, pero yo tenía que llegar con dinero a mi casa. A veces eran pocos y algunas otras, exageradamente muchos. Hubo un día que un muchacho de los baños San Ciprián, que están en el mercado de La Merced, me dijo que si quería trabajar a partir de las 5 de la mañana. Pasé con 40 personas. Terminé súper amolada a las 11 de la noche. Acabé muy mal, hasta al médico tuve que ir.
Aquella experiencia traumática le cambió la perspectiva de la vida: “una persona me dijo: ‘no seas tonta, si haces cinco trabajos escóndele dos y entrégale tres’. Y así lo hacía. Guardaba mi dinero en el hotel. Yo era bien mensa, daba todo. A los dos años decidí dejar a mi marido. Lo dejé con todo. Me salí así como estaba vestida, porque siempre me amenazaba: ‘Si me dejas, te mato’. Yo dije: ‘quédate con todo’. Ni adiós le dije. Estaba harta, yo le decía ‘sácame de trabajar’, pero él me contestaba: ‘búscate un güey que te saque y te mantenga’”.
Y se lo buscó. Encontró a un buen hombre que la sacó de trabajar y con quien vivió 17 años: era un gran hombre, tiene cuatro años que falleció. Antes que muriera tuve que volver a hacer la calle porque él estaba muy enfermo y tenía más de 22 años con diabetes y le dijeron que no podía seguir trabajando.
Leticia lleva una gorra que le cubre el cabello y usa un delantal. Llora sin parar. Se tranquiliza poco a poco. Dice que le gustaría que sus compañeras también dejaran de trabajar, pero comprende que cada quien tiene sus propias necesidades. Por un servicio cobran de 20 a 100 pesos y a sus 60, 70 u 80 años sigue siendo su forma de supervivencia: nos dicen: ustedes viven la vida fácil, pero en realidad es la difícil. Entra uno a trabajar y no sabe uno si sale con vida del hotel. Soportar la pestilencia, la boca, las patas, soportarles todo. Es una vida muy triste.
Sin opciones
Las actuales condiciones financieras de la Casa Xochiquetzal han generado inseguridad ante el futuro. Las mujeres han tenido que tomar talleres de cartonería para hacer catrinas que venden a fin de recaudar fondos. Es la primera vez que han decidido intentar obtener recursos por ellas mismas.
No hay empresarios dispuestos a darnos trabajo para mantener a estas mujeres. Se necesitan donativos, dice Rosalba Ríos. El mayor reto es la falta de recursos para poder solventar los gastos y las necesidades de cada una de ellas. Casi todas están enfermas. En este año se nos murieron dos y tan sólo para cubrir los costos del funeral batallamos mucho. Como no es un trabajo formal no pueden aspirar a una jubilación, pero hay muchas otras maneras de ayudarlas con programas sociales. Finalmente, ellas son producto de una sociedad que todos hemos creado y somos nosotros los que debemos apoyar.
A Lupita su madre la cambió por una televisión cuando tenía ocho años. A las 12 la vendía y a los 17 llegó a trabajar en las calles del mercado de La Merced. Un hombre mucho mayor que ella se convirtió en su padrote. Ambos empezaron a consumir droga. El hombre vendió a los tres niños que tenían para prostituirlos, aunque después fueron rescatados.
Lupita murió hace unos meses, a los 42 años de edad, a consecuencia de múltiples enfermedades como cirrosis, VIH, insuficiencia renal y problemas respiratorios: llegó a la casa en unas condiciones terribles. Nos abocamos a atenderla. Estaba muy grave. Vivía con un tipo que como la vio muy mal la tiró en la calle. Alguien la recogió y nos la trajo. La casa está hecha para mujeres de la tercera edad. Las recibimos a partir de los 55 años, pero mujeres así no las podemos rechazar, dice Rosalba Ríos.
La actriz Jesusa Rodríguez, fundadora de la Casa Xochiquetzal, denuncia que no hay voluntad del Estado para resolver este problema. Explica que seguirán en la lucha por estas mujeres y que incluso tienen un nuevo proyecto de prevención y educación sexual dirigido a trabajadoras sexuales jóvenes del mercado de La Merced. Insiste en que nadie debe olvidar el origen de estas mujeres: ellas son resultado de la miseria. Son un tumor que genera la pobreza. La explotación de mujeres, ancianas y niñas es un reflejo de la drogadicción de México. El trabajo sexual en La Merced lo hacen las mujeres más pobres, mujeres que están en las peores condiciones. Son mujeres explotadas desde la infancia. Esclavas. Hay una sociedad hipócrita que lo tolera, lo ve pasar y lo deja ser. Que no vengan con que son mafias imposibles de terminar. No es cierto. Esto es producto de nuestra sociedad. De todos. Y todos tenemos la obligación de ayudar.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Ciudad Mier, un fantasma que alguna vez fue "pueblo mágico"


  • Habitantes de pueblos de Nuevo León y Tamaulipas, en la indefensión
  •     De los cantos del cenzontle pasamos al ruido de las balas, lamenta vecina
  •    Nunca nos mandaron soldados ni policías federales; nadie nos hizo caso, relata otra
“(Los narcos) se quisieron apoderar de todo y lo lograron. Si no hacen algo pronto habrá muchos Ciudad Mier en el país”, advierte Jesús Barranco, encargado de abastecer el albergue de refugiados ubicado en Miguel Alemán
Foto Sanjuana Martínez
Sanjuana Martínez

Periódico La Jornada
Viernes 19 de noviembre de 2010, p. 2


En Ciudad Mier las calles siguen desiertas, las casas baleadas, la comandancia quemada. El pueblo mágico ha pasado a ser un lugar sin habitantes, sin policía, sin Ejército, sin alcalde; un lugar secuestrado por el crimen organizado.
Las carreteras de Nuevo León y Tamaulipas dejaron de ser seguras hace tiempo, pero nunca antes sus pueblos habían estado tan abandonados ni la frontera del noreste con Texas había alcanzado tal actividad bélica. El corredor Marín-Cerralvo-Miguel Alemán está vacío. Pocos se atreven a transitar por la carretera federal 54. Los puestos militares están desiertos. La garita del kilómetro 22 abandonada.
En la nueva realidad rural de la narcoviolencia en México, la figura del desplazado forma parte del espectro de las víctimas de la guerra emprendida por Felipe Calderón. En Ciudad Mier las balaceras no empezaron la semana pasada, cuando la mayoría decidió irse a Miguel Alemán buscando un lugar seguro: se iniciaron desde el 16 de febrero.
Así lo confirma una trabajadora del ayuntamiento que decidió quedarse: Ese día fue la primera balacera, luego siguieron muchas más. Diariamente hay balazos. Yo le digo a mi bebé que son cohetes. Nos encerramos ¿qué más hacemos? Nos abandonaron. Nunca nos mandaron soldados ni policía federal; nadie nos hizo caso.
El pueblo mágico ha pasado
 a ser un lugar sin habitantes,
sin policía, sin Ejército, sin alcalde;
un lugar secuestrado
por el crimen organizado
Foto Sanjuana Martínez
La plaza de Ciudad Mier, pueblo que no hace mucho tenía 6 mil habitantes, luce vacía. Alejandro Salinas Vela, el jardinero del lugar, tampoco quiso irse:Se fueron casi todos, hasta el alcalde que ahora vive en Roma, Texas. Tengo miedo, aunque ya casi no me asusto de nada. Aquí vinieron y aventaron en esta plaza a cinco decapitados; sin brazos, sin piernas. Yo los vi. ¿A estas alturas que más me puede asustar?.
Una camioneta pick up cargada con muebles y colchones sale del pueblo. El éxodo no se ha detenido, según comenta Juan Guerra, casado y con tres hijas:Van a rentar a Miguel Alemán. Yo me niego. Vivo aquí desde hace 58 años y no pienso irme. Me valen madre los unos y los otros. Yo no les voy a dejar mi casa. ¡Pos qué chingaos! Es mi único patrimonio. Tengo a mi esposa y mis hijas encerradas. Ni modo.
El cártel del Golfo llegó hace un par de meses arrasando y matando zetaspara hacerse del control de la plaza. El Ejército mató a 30 supuestos pistoleros de los Zetas en septiembre pasado, pero ni los soldados ni el cártel han logrado aniquilar a los demás, que secuestraron y mataron a cuatro militares el 15 de noviembre.
Ambos bandos patrullan el pueblo. Los convoyes de camionetas a gran velocidad se pasean por sus calles y carreteras aledañas. Las tiendas están cerradas. La comandancia de policía fue asaltada y quemada. Los estragos son visibles. Las computadoras y archiveros están tirados por el suelo. Las paredes con orificios de bala. La mayoría de las viviendas que rodean la plaza también fueron tiroteadas.
“Es muy triste lo que estamos viviendo –dice Blanca Garza, vecina del lugar–. De los cantos del cenzontle pasamos al ruido de las balas. A nuestro pueblo hermoso nos lo cambiaron. Ahora tenemos que brincar el charco para dormir mejor. Yo me pregunto: ¿cómo es posible que no tenga miedo de estar aquí? Pues sí, tengo mucho miedo. Vivo en la zozobra y la suspiradera. Nosotros somos los que sentimos los estragos de la guerra de Calderón”.
Los desplazados
A 15 kilómetros de Ciudad Mier, por la carretera 54, está ubicado Miguel Alemán. Hay llantas bloqueando una de las entradas al pueblo. El Club de Leones fue habilitado para recibir a 300 vecinos, pero el número de desplazados se ha ido incrementando:
“Lo más triste es que este es un campo de refugiados. Ni más ni menos. Ya no sólo se ha concentrado la gente de Ciudad Mier, sino también la de Peñitas, Guatepo, Canaleño, Las Auras, Malahuecos, El Troncón, San Carlitos, La Morita y de muchos pueblos más. Sigue llegando gente que está huyendo y aquí son bien recibidos. Pero falta hablar de otros: los muertos, los levantados, los desaparecidos, de esos nadie habla”, comenta Jesús Barranco Molina, encargado de abastecer de insumos el lugar.
Los gritos de los niños corriendo en el lugar destacan frente a las caras tristes de los desplazados: Nos preguntan cuándo se pueden regresar. ¿Cómo vamos a saber cuándo se van a ir? Es como si me preguntaran cuándo me voy a morir. No se sabe. Es la misma cosa. El plan de contingencia que tenemos es indefinido. Necesita haber garantías en Mier para que la gente se regrese. Ahorita no. Se quisieron apoderar de todo y lo lograron. Si no hacen algo pronto habrá muchos Ciudad Mier en el país, añade Barranco.
Esta realidad contrasta con la afirmación de Antonio Garza García, secretario de Seguridad Pública de Tamaulipas, quien afirmó que los vecinos de Ciudad Mier estaban retornando a sus casas y que el éxodo de habitantes se había detenido.
No podemos volver, dice doña Enriqueta García Vázquez quien vivía en la calle Alameda de Ciudad Mier y hoy se encuentra refugiada en Miguel Alemán:Aquello está muy feo. Nada más en el tramo entre Ciudad Mier y General Treviño, en ese pedazo, dicen que hubo como 186 muertos. No se puede ir por la carretera 54. Aquí estamos atrapados. Ni para dónde hacerse.
Tiene seis hijos, 20 nietos y no recuerda cuántos bisnietos o tataranietos: “Llevábamos encerradas desde febrero. Con las balaceras puro encerramiento. Nomás salíamos para comprar comida. Pero no me importa. Yo quiero volver. Tengo mi casa que mi marido me dejó. ¿Qué tal si me están robando? Pero tengo miedo de volver. Ayer el alcalde vino y me dijo: ‘ya está bien, ya se pueden ir’. Y yo le dije: vete tú primero para podernos ir nosotros. Él está en Roma. Mira qué chistoso”.
Es hora de comer en el albergue y Juanita empieza a colocar las mesas y las sillas. Una comadre le prestó su casa en Miguel Alemán y sólo se acerca al lugar para recibir alimentos. Hace ocho días salió de Ciudad Mier. Tiene tres hijos y sus ojos se llenan de lágrimas cuando recuerda lo sucedido: Hemos presenciado muchas matanzas en el pueblo. Ya no se puede vivir allí. Nos vamos a venir a radicar aquí; mientras no nos manden seguridad de planta no vamos a volver. Jamás habíamos visto tanta violencia. Empezó en febrero. Las balaceras eran desde el anochecer hasta el amanecer. Ya se adueñaron del pueblo. Se quedaron con todo. Nos destruyeron completamente. Trabajar toda la vida para que a tu familia no le faltara nada. Y al final estamos sin casa. Sin nada. Nos preguntamos: ¿por qué nuestro pueblo?.
El éxodo de habitantes de pueblos entre Nuevo León y Tamaulipas es paulatino y silencioso. Primero fueron lospasaporteados mexicanos que habitan en Estados Unidos quienes fueron dejando de venir. Luego la población flotante de fines de semana. Y finalmente algunos habitantes que han decidido cambiar su residencia a las ciudades pidiendo ayuda a parientes o amigos.
Nos venimos con lo puesto –dice Guadalupe Chapa mientras se come las uñas afuera del albergue–. Me traje a mis tres hijos, a mi nieto y a mi mamá. Y aquí estamos esperando. No sé qué. No sabemos qué vamos a hacer, ni dónde vamos a vivir.
Por la carretera a Peña Blanca, Tamaulipas, rumbo a la autopista a Reynosa, don Eusebio vende tacos de carne asada. No hay tráfico en el entronque desde Miguel Alemán, ni clientes: “Aquí estamos con temor, pero sí sale. Les vendo a ellos. Acaba de pasar un convoy. No del Ejército, ni delos Zetas, de los otros, del cártel del Golfo”, advierte con voz pausada. Y efectivamente. Por el camino de terracería el convoy viene de regreso: ocho camionetas pick up y dos todoterreno a gran velocidad. Los tripulantes, con ropa camuflajeada, apenas voltean y el séquito desaparece entre el polvo.

domingo, 7 de noviembre de 2010

En las postrimerías de la prostitución

Sin fondos, la Casa Xochiquetzal para sexoservidoras de tercera edad
Languidece el único asilo en AL para trabajadoras sexuales
Proyecto ideado por Jesusa Rodríguez y Marta Lamas, en el DF
La Casa Xochiquetzal alberga a unas 23 sexoservidoras, las cuales han sido abandonadas por el Estado y repudiadas por sus familias
Foto Sanjuana Martínez


Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 7 de noviembre de 2010, p. 18
En las postrimerías de la prostitución Sonia sigue siendo guapa pero sabe que a sus 60 años es difícil ejercer el trabajo que le ayudó a sacar adelante a sus tres hijos, ocho nietos y actualmente a un bisnieto: “Antes me rogaban; ahora tengo yo que rogarles. Antes me sobraba; ahora no tengo ni pa’comer. Antes les decía 500 pesos y hasta me daban mil; ahora les digo 150 y me quieren dar 50... Ya ni recibo propina... Cambian mucho las cosas con la edad”.
Sonia es una de las 300 trabajadoras de la tercera edad del sexo comercial que laboran en los mercados de La Merced, Tepito, la Lagunilla y Granaditas, abandonadas por el Estado, muchas de ellas en situación de calle, enfermas sin atención médica y repudiadas por sus familias.
A diferencia de la mayoría de sus compañeras, Sonia decidió hace unos días acercarse a la Casa Xochiquetzal y pedir apoyo, el único asilo para trabajadoras del sexo comercial en América Latina, una iniciativa de Jesusa Rodríguez y Semillas, Sociedad Mexicana Pro Derechos de la Mujer, AC, dirigida por Marta Lamas.
Está sentada en el patio central de esta casona convertida ahora en refugio de la dignidad humana. Xochiquetzal significa Flor hermosa en náhuatl, la Diosa de Las Alegradoras, y está ubicada en medio de los cuatro mercados. Hay un altar de muertos dedicado a las dos últimas trabajadoras que fallecieron este año; una de ellas ejerció su trabajo hasta los 90 años, sin seguro médico, ni pensión alguna que le permitiera retirarse a tiempo.
A Sonia se le humedecen los ojos verdes cuando hace recuento de las múltiples tribulaciones de su azarosa vida y sus 45 años en la vida alegreque considera debería llamarse la vida triste. Es rubia, delgada y aún conserva la belleza que le permitió ser y seguir siendo, una mujer deseada: “Me doy el lujo de decir que a pesar de como estoy, jalo más que una mula. Aquí me tienen envidia las compañeras. No me quieren porque no entienden cómo agarro clientes. Dicen: ‘se lo lavó con azúcar’, pues atraigo hasta las abejas”.
Empezó a los 14 años: “Trabajaba de meserita, de dama de compañía. Me iba a Acapulco a bailar en los cabarets. Me sacaban de un lado y otro porque era menor de edad. Me tenían de contrabando. Luego me fui a Estados Unidos, donde estuve bailando entable, pero no tenía papeles. Un día llegó la migra y me sacaron. De volada me trajeron hasta acá. Yo solita me metí en esto. Cuando era mesera me tocaban puros patrones que abusaban de mí. Me cacheteaban, me golpeaban y luego ni las gracias me daban. Hasta que dije: si es por nada, ahora que sea por dinero. Tenía una amiguita que trabajaba en la calle y le pedí que me enseñara. Me enseñó cómo, por dónde y por qué. Y empecé a trabajar porque tenía a mi papá muy enfermo de cáncer de pulmón.”
Sonia camina con bastón, tiene medio cuerpo paralizado. Un balazo en la cabeza propinado después de una violación y golpiza que le cambió la vida: “Un día me invitaron a una fiesta en la Romero Rubio. Me engañaron diciendo que eran unos quince años y fui. Llegando al lugar me encerraron y todos estaban consumiendo droga y se pasaban las viejas unos a otros. El jefe era alto, grandote, feo, con la nariz aguileña. Me violó y golpeó. Le dije que me daba asco y le escupí, entonces sacó la pistola y me metió un balazo en la cabeza. Pero aquí sigo. Mi madre decía ‘hierba mala nunca muere’. Y tenía razón. Aún tengo la bala en la cabeza. Me dijeron que si la sacaban quedaba cuadrapléjica. La guardo de recuerdo”, dice señalando la cicatriz en la frente.
Habla de manera pausada, mirando a los ojos: Cuando estaba joven procuraba escoger puros guapos, pero me moría de hambre porque no sabía trabajar. Alguien me dijo que si quería tener dinero tenía que agarrar de todo. Pero algunos me daban miedo. Quedé muy traumada después de la violación. Frígida. Y hacía mis trampitas para que no me penetraran y ellos creyeran que sí... Así trabajé mucho tiempo, hasta que ya no fue posible. No todos son tan tontos. Antes eran más tontitos; ahora ya no se dejan.
Las trabajadoras del sexo comercial en la tercera edad no tienen padrote. Los proxenetas o sus parejas las controlan mientras son jóvenes, luego las abandonan a su suerte, por eso muchas viven en la calle, duermen a la intemperie, sufren hambre, violencia y enfermedades. Sonia padeció todo tipo de vejaciones, pero su carácter guerrero le hizo sobrevivir: “Tuve una pareja durante 15 años. Me maltrataba mucho. Me pegaba.... Él andaba también en la calle como yo.... Yo siempre fui muy loca. Me gustaba cambiar de pareja cada rato y tener dos o tres. Sentía mucho orgullo de andar con dos o tres juntos. Y él estaba muy acomplejado. Era morenito de ojos negros. No estaba feo, pero era paisanito. Registró a mis tres hijos con su apellido. Los crió y los cuidaba mientras yo trabajaba. Lo mantenía a él y a mis hijos... el otro día dije ¡maldito negro, qué bueno que ya se murió!, y mi hija muy enojada contestó: ‘No hables mal de mi papá. Le deberías de agradecer que no siendo nuestro papá biológico no nos tocó nunca. Ni nos faltó al respeto. Nos bañaba y se tapaba los ojos con su pañuelo y nos decía que nos tallaramos la cosilla porque él no podía tocarnos’.... Pues tiene razón. Pobre. En realidad me pegaba no muy feo, nada más patadillas en las espinillas. Así dilaté con él 15 años, hasta que se me quitó lo mensa y lo dejé. Lo denuncié y lo metieron a la cárcel en Texcoco. Le echaron seis años por estafarme y por golpearme”.
Sonia dice que no se avergüenza de su profesión, particularmente porque sus tres hijos nunca la han mantenido, ni se han preocupado por retirarla de trabajar y apoyarla en su manutención; más bien, al contrario, ella los sigue ayudando. Ahora tiene ocho nietos y un bisnieto: “No puedo hacer otra cosa. No sabía leer ni escribir. Nunca me he arrepentido de lo que hago. Pa’qué soy hipócrita. Si yo hubiera sabido algo tal vez hubiera conseguido otro trabajo, pero así. Apenas sé leer. ¿Sabe gracias a quién? A Memín Pinguín. Me gustaba mucho la revista y aprendí a fuerzas. Escribir hasta la fecha, pues no... quería ponerme a vender algo pero sin dinero cómo. A ver si logro la pensión de los discapacitados, aunque se está poniendo bien difícil. No me explico por qué.... Mientras hay que seguir jalando, le doy a mi hijo para su escuela y a mi nieto el chiquito... En un día a veces saco 500, en especial en las quincenas o en los días de milagros de San Judas Tadeo. A veces 100 o 200 al día, a veces nada en toda la semana. A veces 15 días sin un quinto... Este trabajo es como la mafia. Si entras ya no puedes salir”.
Un refugio
En Xochiquetzal el ambiente es relajado. Actualmente hay 23 mujeres. La capacidad podría llegar a 100. Es un albergue a donde las ancianas son canalizadas o invitadas a retirarse o seguir trabajando pero con un techo y tres comidas al día. No todas piden ayuda, ni están dispuestas a dejar de vivir en la calle. Tampoco existe un programa social de gobierno que les proporcione seguro social, ni brinde la posibilidad de jubilarse. La mayoría de las trabajadoras del sexo comercial ancianas no se asume como víctima.
Jesusa Rodríguez, artista comprometida con grupos vulnerables, recuerda que la idea de esa casa surgió en 2001 en un taller para trabajadoras sexuales en Metepec cuya conclusión, después de cinco días de trabajos, fue pedirle al jefe de Gobierno un techo para morir tranquilas: Me acuerdo que había 60 trabajadoras del sexo comercial, jóvenes y ancianas y algunas preguntaban qué es un orgasmo. No sabían. Un dato increíble.
A partir de entonces, el objetivo de Jesusa y Marta Lamas fue lograr que hubiera un asilo: “Ellas han sido torturadas y explotadas. La mayoría no tiene acta de nacimiento. Lo primero que hicimos fue conseguirles a las ancianas la tarjeta para la beca de 700 pesos que creó Andrés Manuel López Obrador, pero ellas no podían acceder porque las enganchan a los siete años y no tienen papeles. Y batallamos, pero lo logramos. Andrés Manuel lo primero que dijo fue: ‘cuenten con ese asilo’. En dos meses teníamos vivienda, transporte, escuela y las jóvenes trabajadoras pedían alto a las redadas y otros derechos. Las ancianas querían cosas diferentes a las más jóvenes. Y pensamos en un programa doble. Tardamos tres años en echar a andar este proyecto de Estado”, dice Jesusa, sentada al lado de su esposa Liliana Felipe, actriz, cantante, pianista y compositora.
Contra viento y marea Casa Xochiquetzal era casi una realidad: “El jefe de área era Marcelo Ebrard y fuimos con él y nos sentamos todas las trabajadoras sexuales incluida yo y nos dijo: ‘No tenemos un proyecto de Estado. En un par de días le entregamos un plan político sobre trabajo sexual. A los dos meses ya habían acusado a Andrés Manuel de padrote y a Ebrard, porque para un político es muy difícil entender un proyecto para dignificar la prostitución”.
Finalmente el primer asilo para trabajadoras del sexo comercial de América Latina fue una realidad hace cinco años, un proyecto que ahora peligra por falta de donativos y apoyo institucional. Jesusa aprendió a lo largo de estos años la filosofía de estas mujeres sobre la administración del cuerpo: Mama todo lo que puedas porque la boca no se afloja. Y guárdate el culo para la vejez, porque esa es tu jubilación... ¡Es brutal, pero es la triste realidad!"

¿Por qué matan a los drogadictos en rehabilitación?

Jóvenes, la mayoría de las víctimas de la guerra contra el narcotráfico, dice antropólogo
En Monterrey, desasosiego en centros de rehabilitación y desintoxicación
Las matanzas, en sitios clandestinos o religiosos que no cumplen normas y el Estado no revisa

De acuerdo con informes de la Secretaría de Salud, en el país hay mil 800 centros de rehabilitación privadosFoto Sanjuana Martínez



Sanjuana Martínez
Especial para La Jornada

Periódico La Jornada
Domingo 31 de octubre de 2010, p. 7
Brandon grita desde la tribuna: Tengo miedo, compas. Esto se pone de la chingada. Nos están matando. Cuando consumo siento chido, ando pacheco, bien loco. Hago cosas que no quiero. Luego me siento mierda. Vienes aquí para estar limpio y seguro. ¿Qué pedo? Vale verga.
Apenas tiene 17 años, lleva una gorra de beisbol y ropa holgada. Está frente a una veintena de sus compañeros. Sigue hablando con vivacidad y premura. Es la hora de la terapia en grupo, de la clase de literatura y expresión en el centro de tratamiento y desintoxicación Puerto Seguro, ubicado en Monterrey.
El ambiente está enrarecido. No es para menos. Las matanzas de jóvenes esta semana, con saldo de 42 muchachos en rehabilitación asesinados en Tijuana, Ciudad Juárez y Tepic, espantan a cualquiera. Los padres de familia, con temor y sicosis, nos están hablando preocupados por los internos, pero les explico que esas masacres han sucedido en lugares clandestinos o religiosos que no cumplen con las normas de aceptación de pacientes y tratamiento de desintoxicación. Son centros que el Estado no está revisando, afirma en entrevista Carlos Loera, director general del centro.
La Secretaría de Salud sostiene que en México existen mil 800 centros privados de rehabilitación, aunque reconoce que carece de un padrón depurado para determinar cuántos cumplen la normativa internacional de tratamiento.
Con el aumento vertiginoso de las adicciones también han surgido cientos de centros de rehabilitación clandestinos que carecen de protocolos de internamiento y no son controlados por las autoridades sanitarias. Éstos aceptan a cualquiera, muchachos que se internan para esconderse, porque vienen huyendo del crimen organizado. En cambio, nosotros sólo admitimos a jóvenes que vengan acompañados por algún familiar. La norma 028 así lo dice, comenta Loera al referirse a la disposición que incluye las reglas para los centros de rehabilitación mexicanos sometidos a una constante supervisión del Estado.
A falta de políticas gubernamentales que atiendan a 7 millones de jóvenes ninis, esta población se ha convertido en parte de la tropa desechable del crimen organizado, dice el antropólogo social Lorenzo Encinas. Los matan porque son desertores, traidores. Es la venganza de sangre, señala.
Miedo
Antonio tiene 23 años, tres hijos con distintas mujeres y un síndrome de abstinencia que le quita el sueño y la estabilidad emocional. Está sentado y mueve sus piernas constantemente. Tiene tatuajes en una mano y en el brazo derecho. Confiesa su miedo por las matanzas: “Está feo. Tengo miedo. Uno viene a recuperarse, y luego pa’ que te maten. Muchos de los muertos son gente que se andaba escondiendo. Ni modo”.
Cuenta su historia: Empecé a drogarme a los 10 años, a consumir mariguana con mi papá. Luego conocí las pastillas sicotrópicas, la cocaína en polvo y en piedra. Después fui conociendo más drogas, como el resistol, el tolueno, las pastillas. Y así, bastantes cosas. Intentaba conseguir diferentes para ver qué se sentía, hasta el momento de andar bien loco, de ya no querer ir a la escuela.
Abandonó la primaria en cuarto año. Me sentía ingobernable. Me creía hombre. No le hacía caso a nadie. Todos los días me la pasaba drogado. Desde la mañana hasta la noche. No comía, no me bañaba. No llegaba a la casa a dormir en varios días. Mi mamá me buscaba en la calle. Yo siempre andaba picándome.
Así llegó a pertenecer a la pandillaLos Vele, de San Pedro 400, colonia marginada que está en medio del llamado municipio más rico de México. Cuando no conseguía dinero compraba tolueno a 20 pesos, y si las cosas iban bien, piedra a 120 pesos. Siempre andaba drogado, haciendo daño a la gente, robando para conseguir más sustancia.
Antonio llegó a Puerto Seguro luego de varias recaídas. La última duró solamente dos meses limpio y regresó al centro en agosto pasado.Caí otra vez. Siempre busco a mi papá. Se dedica a la venta de drogas y tiene una tiendita. Siempre voy y lo busco, y ahí me drogo. ¿Qué necesito para salir de esto? Voluntad para ya no buscar a mi papá. Él consume y también mi hermano de 19 años que está en el penal. Mi hermana no, aunque esta vez que anduve fuera me dijeron que la habían visto con droga. Mi mamá vive con su pareja y nosotros con mis abuelos. A mí nunca me ha gustado tener padrastro.
Recuerda que lo más feo que le ha pasado es haberle pegado a su madre: También me arrepiento mucho de haberle dado droga a mi hermano cuando estaba chiquillo. Tendría como unos 10 años.
En sus 13 años de adicción ha cruzado varias veces la línea de la muerte. Ha sido narcomenudista: Me dio miedo. Los batos me sacaron de la casa. Mi abuela y mi hermana la llevaron. Las golpearon y las encerraron en un cuarto. Me miraban en la calle y a cada rato me golpeaban. ¿Quiénes? Ellos, los distribuidores. Los mismos policías te venden la droga. Pero ya no quise tener problemas. Mi mamá me trajo. Vivía como indigente, en la calle. Y ya la hice. Llevo tres meses aquí.
El hoyo negro
Lorenzo Encinas lleva años trabajando con pandillas y asegura que en la llamada guerra contra el narcotráfico, declarada por Felipe Calderón, los jóvenes son las mayores víctimas. “Por cada capo importante que capturan mueren hasta 60 jóvenes. Cada jovenejecutado trae una carga enorme de desatención del Estado. No hay una política pública para ese tipo de grupos. Y el narcotráfico, como empresa, ha sido muy eficaz y ha arropado a los jóvenes, cosa que no han hecho otras empresas ni el gobierno”.
Las matanzas en centros de rehabilitación y contra los jóvenes en proceso de desintoxicación suceden, según Encinas, porque los muchachos se relacionaron con las organizaciones delictivas por consumidores,narcomenudistas o sicarios, y ahí conocieron el modus operandi y la información interna de la banda. El hecho de conocer la estructura de las organizaciones los convierte en víctimas de la sospecha en el momento en que quieren salir. La traición es motivo de muerte. Muchos, cuando eran adictos, cometieron delitos y eso los convierte en rehenes, afirma.
Gonzalo lleva 14 semanas sin consumir drogas. Es uno de los internos de Puerto Seguro. A base de mucho ejercicio, meditación y terapia sicológica ha podido rehabilitarse. Empezó a drogarse a los 25 años con cocaína y finalmente se inició en la piedra. Esta es su segunda vez en el centro. Expresa: “Duré un año limpio, pero me separé de mi grupo y eso me afectó. Comencé a descuidar el programa. Recaí. Como drogadicto piensas que todo el mundo te quiere hacer daño. Aquí nos enseñan a valorarnos, a salir adelante, a querernos”.
Divorciado, cocinero de profesión, Gonzalo está encargado de la alimentación de los 30 internos del centro. Disfruta su trabajo con otros dos ayudantes: Hay miedo. Tenemos miedo. Nervios por las matanzas. Cuando regresé sabía que los estaban matando en los centros de rehabilitación o iban y los sacaban de los lugares para asesinarlos. Me dio mucho miedo. Empecé a derrotarme. Toqué fondo. Al final tomé la decisión de volver. Llegué aquí por propio pie. Y aquí voy a seguir. Me siento muy seguro a pesar de todo. Me siento más seguro aquí que en las calles. Además, ¿a dónde nos vamos a ir si queremos rehabilitarnos, si queremos una nueva oportunidad de vida?
Desde hace 15 años Carlos Loera trabaja con jóvenes en rehabilitación. Conoció los submundos de la droga y por eso los entiende a la perfección: “Conocí el pozo. Sé cómo está allá abajo. Es más fácil para mí meterme al mundo del joven y decirle: ‘si quieres salir yo te puedo ayudar, porque ya estuve aquí abajo. El pozo es agradable al principio, después te das cuenta que es un infierno’”.
Los cárteles de las drogas han logrado base social entre los jóvenes consumidores o bien pertenecientes a pandillas sin trabajo, sin recursos y sin posibilidad de estudiar ni expectativas a futuro. Comenta Encinas: “La cuestión aquí pasa por el dinero, por las millonarias cantidades que mueve el narcotráfico. La vida de un joven en México no vale nada. Pero ellos, por sí solos, nos están demostrando que son capaces de organizarse y obtener dinero, sólo que desde la ilegalidad. Adquirieron visibilidad de esta manera. Estas matanzas muestran una ritualización de su vida. Esta generación de ninis es el hoyo negro y ya se activó el mecanismo de autodestrucción”.